Los gobiernos municipales y
comunitarios que se constituyan corren el riesgo de la desidia, por
nuevos que sean. Es profunda la innovación que deberán acometer en
proximidad al ciudadano común.
Una de las pruebas del
cansancio previsible en democracia es que las plazos electorales
están colocados cada cuatro años. Como también lo es, si bien se
mira, la serie de artimañas que, para que no se haga notar en exceso
en las urnas, emplean muchos vocacionados para enredar las cosas y
continuar en sus cargos in saecula saeculorum.
Probablemente por eso mismo han previsto eternizarse en el recuerdo
de sus vecinos a base, por ejemplo, de dejar solemne y omnímoda
constancia epigráfica de hechos variopintos que, a su paso por
alcaldías y puestos de todo rango, han generado para la posteridad.
Apenas transcurridas
unas horas desde la última configuración de los Ayuntamientos y
cuando se están pactando la mayoría de los gobiernos autónomos, la
primera certeza que cabe deducir es que no todo es nuevo y que no
todo lo que dice ser nuevo es realmente tal. Desde luego, el mapa
resultante de los modificaciones producidas este sábado da buena
cuenta topográfica de por donde transcurre el devenir de cada
territorio, la existencia y la esencia que le son propias. No todo
fluye, como había dicho Heráclito; hay quien se queda en que todo
vuelva a ser como era, que también es una manera de estar en este
mundo. Ahí está, por ejemplo,
Ourense,
en medio de las ciudades gallegas, para estudio etnográfico de
hábitos seculares en pleno siglo XXI. Ahí están, igualmente, las
arremetidas de
Aguirre
contra Carmena, inquieta por que el gobierno de la exjueza pueda
no estar “a la altura de la herencia de los 24 años del PP”, o
las múltiples llamadas de atención a los peligros “radicalessss”
de cuantos hayan optado por “novedades”. Y con ellas concuerdan
unísonos conciertos educadores de largo aliento, como los del FMI o,
más cerca de nosotros, del Banco de España, ocupados en las
pedagogías del recorte, el abaratamiento del despido, la subida del
IVA o la extensión del copago en
sanidad
y educación.
A propagar estos
criterios –tan innovadores que ni alcanzan a proveer la
subsistencia que regía la “ley de hierro de los salarios”
(Ferdinand Lassalle, 1862)-, se han dedicado quienes ahora se
lamentan del fervor perdido entre votantes de antaño, mientras
prosiguen hacia la victoria en el próximo noviembre adoctrinando
sobre las excelencias del cilicio colectivo, pero separando del común
el agradecimiento debido a sus presuntos merecimientos por salvarnos.
Como explicaba Millás hace unos días, esto de “Rajoy (clase
alta), uno de los más fieles devotos” del FMI-, si no nos subimos
a este tren de “extender la pobreza para que haya menos pobres”,
nos arrepentiremos muy pronto y para el resto de nuestras vidas: “un
claro aviso de cara a las elecciones generales, de cuyos resultados
dependerá el mantenimiento
del
tinglado”. Por más viejo que le resultara a la sufrida
ciudadanía este discurso, a sus fautores les debe resultar tan nuevo
como inamovible, pues empeñados están en renovallo y no enmendallo,
y en fiarle su expectativa de que España no dé un solemne “frenazo”
en el futuro glorioso que nos espera tras la “recuperación” en
que, según dicen, ya estamos inmersos.
A los más viejos del
lugar les han vuelto a sonar, sin embargo, agradablemente
músicas que ya habían oído -e incluso tocado- en otros años de
transición más propiamente tal. Porque acumulan en lo vivido que,
después de tanto destejer lo difícilmente tejido para un pasable
bienestar de la mayoría de la población, las pretensiones juveniles
de un mundo más justo, atento a los más necesitados, se venían
abajo estrepitosamente. Desde el desvanecimiento de la guerra fría,
las coyunturas socioeconómicas fueron pronto más evanescentes, el
mundo se globalizó enseguida para una producción mucho más
flexible, propiciadora de que la rentabilidad del capital creciera
sin el coste creciente de los salarios de proximidad, de modo que ya
el pacto social no era indispensable para mantener la “seguridad
social” que necesitaba el libre mercado, y ya se podía volver a
hablar sin tapujos de quiénes eran realmente los dueños de casi
todo. Sin que necesariamente tuvieran que dar explicaciones de su
riqueza ante la Hacienda pública, podían incluso exhibirse ahora
como benefactores caritativos de cuando en vez.
Después del resbalón
electoral último del PP, la expectativa principal es
saber si se asentarán suficientemente y cuánto durarán las
nuevas/viejas melodías de justicia distributiva de que se han hecho
eco las nuevas alcaldías. Contemplar si cuajan sus ritmos o si no
habrá que estar pronto de nuevo con el sonsonete de que habrían de
haberse blindado para el futuro políticas sociales que garanticen a
todos unos mínimos vitales. ¡Qué duda cabe que, después de los
discursos de
toma
de posesión de Carmena o Ada Colau, durante bastante tiempo
seguirá la expectativa de poder ver si otra política es posible,
cambiando el orden de prioridades y de sujetos de atención
preferente! ¡Y tampoco cabe duda de que mucha gente seguirá
aferrada a su particular modo de examinar con lupa –y torpedear si
se tercia- que esa utopía de uso razonable del poder se haga mínima
realidad tangible! Y se prolongará, además, la lectura de lo pasado
y lo por venir en torpe clave de buenos y malos –con tormenta
mediática estridente-, mientras no encontremos fórmulas ajustadas
para un ejercicio más sereno de tolerancia mutua.
En políticas
educativas, no son muchas las competencias que tienen los
Ayuntamientos, pero tampoco puede decirse que sean pocas las que
pueden asumir o que sea escaso el giro que pueden imprimir a las que
tienen. Para empezar, ahí tienen el horizonte de la reversión de
los servicios municipales –incluidos asuntos educativos diversos-
hacia una gestión municipal, contraria al negocio especulativo de
unos pocos a cuenta de los vecinos como rehenes. Ese saneamiento del
servicio a la comunidad sería de alta pedagogía social. Mucho
pueden hacer, en este mismo sentido, con la memoria democrática
colectiva, dando luz a los nombres, menciones e historia de cuantos
han empeñado sus vidas en un civismo lúcido y democrático. A los
callejeros existentes en nuestras ciudades, estatuas conmemorativas y
denominaciones de instituciones -particularmente en centros
educativos, sanitarios y deportivos-, les sentaría bien una
modernización acorde con la normalización de la convivencia cívica.
Muchísimo pueden y deben implicarse, además, en la atención a la
infancia desvalida o con problemas de atención temprana: los
comedores escolares y las escuelas infantiles esperan un cuidado que,
en muchos casos, venía siendo desregulado a conciencia y a
conveniencia de intereses ajenos a la buena educación. Bienvenido
será, por otro lado, el esfuerzo que pongan en acompañar la labor
educadora de los centros escolares con atención paralela de los
trabajadores sociales del municipio a los problemas que, cada día,
detectan los profesores en el contacto con niños y adolescentes:
carencias de todo tipo y, sobre todo, de preocupación de algunas
familias por el desarrollo integral de sus hijos. Y, en fin, ahí
está a la espera un más racional y cercano uso de los espacios
públicos: ¿Acaso los patios deportivos y las bibliotecas de los
centros educativos son independientes de las necesidades de la
ciudad? ¿No pueden ser cogestionados con las necesidades de cada
barrio, de modo que centros y entorno se enriquezcan mutuamente? ¿Y
por qué las plazas y aceras públicas son pasto creciente de la
desamortización a favor de la hostelería triunfante, o prolongan
los abusos de vehículos y estorbos varios, contra el tranquilo uso
de los viandantes y peatones urbanos? En todos estos asuntos –todos
muy seriamente afectados por prisas contrarias al sano y sosegado
entendimiento de lo público-, sería una gran novatada, avejentadora
de toda novedad, que las alcaldesas y alcaldes electos pretextaran
ante sus votantes presuntas “herencias” y “tradiciones”.
Si toda su renovación
se redujera a nuevas caras para gobernar y novedosas maneras de
epatar a los vecinos durante un tiempo, es evidente que el deterioro
de nuestra democracia se aceleraría. Como las casas que nuestros
padres reformaron en los setenta u ochenta, que ya nos resultaron
obsoletas casi desde entonces. La Marea Verde
nueva dinámica política
parece caminar por derroteros más profundos y deseable es que cuaje,
de modo que los más jóvenes se sientan concernidos a encontrar
buenas soluciones de futuro a sus propios problemas, acumulados a
otros de vieja raigambre. Buen síntoma es que sea rara la
institución o colectivo social preocupado por las cuestiones
educativas que no esté pensando por dónde deban ir sus propuestas a
quienes asuman poder, de momento en ayuntamientos y Comunidades y,
muy pronto, en el Gobierno del Estado. Entren en las webs, por
ejemplo, del Colectivo
Lorenzo
Luzuriaga, Marea Verde, Fundación 1º de Mayo o CEAPA, y podrán
ver cuáles sean sus principales anhelos inatendidos durante estos
años últimos.
Estos nuevos
“Cuadernos de quejas” esperan respuesta próxima de quienes
acaban de asumir o asumirán pronto el mandato democrático de
gobernar. Mucho de lo que plantean no es novedoso: lo vienen pidiendo
desde hace tanto que ni recuerdan cuándo empezaron a reclamarlo sin
que nadie les hiciera suficiente caso. La ocasión es, por tanto,
propicia para una dialogada renovación a fondo de viejas
ineficiencias del sistema, pero también para un cuidado mucho más
atento a un trabajo tan principal para una mejor convivencia
colectiva. El procurar que exista una buena escuela de todos para
todos es una obligación que no debiera envejecer prematuramente con
las primeras contrariedades y empecinamientos que encuentren los
nuevos afanes de gestión. De otro modo, el envejecimiento de lo
nuevo de estos días será tan rápido que poco de lo logrado hasta
ahora en democracia sobrevivirá indemne. Atentos.
TEMAS: Renovación
gobiernos municipales y autonómicos, “Cuadernos de quejas”,
Pactos y consensos, FMI, Banco de España, Políticas municipales,
Colectivo Lorenzo Luzuriaga, Seminario de Educación (Fundación 1º
de Mayo), Marea Verde,
Consejo Educativo (FAPA
Giner de los Ríos), Manuela Carmena.
Manuel Menor Currás
Madrid, 15/06/2015