Julio Llamazares ha denunciado en El
País
algunos
hábitos de ocio, exitosos entre adolescentes. Reflejan diversos
problemas, requeridos de urgente atención y menos frivolidad.
El
escritor leonés,
afincado en Madrid, ha escrito un muy oportuno lamento por el éxito
creciente de un videojuego consistente en Pegar
al profe.
En
su valiosa obra literaria, no es la primera vez que escribe sobre
ambientes educativos y con gran conocimiento de causa, por haber
vivido desde su infancia en la montaña leonesa las duras condiciones
del magisterio español. Está por ver hasta qué punto el motivo de
su comentario sea síntoma de que algunos valores convivenciales
estén mutando alegremente hacia un mundo más inquietante que el de
La
lluvia amarilla,
que tan bien supo ponernos delante o, tal vez, hacia el de El
entierro de Genarín.
Cualquier deriva es posible en el ambiente chillón actual, en que
parece tendencia consolidada epatar al coleguismo descerebrado con
gracietas que atrapen cuanto se mueva en la galaxia Internet. Al día
están iniciativas provocadoras –hay otros videojuegos con similar
transgresión lúdica hacia grupos y personas concretas-, en que
tiene rentabilidad constitutiva la mala educación, ajena a toda
deontología moral. Esteban
Ibarra
los conoce bien, y la incitación al odio que proyectan.
Comparto
con
Julio que, respecto al desprecio que propaguen hacia los enseñantes
estos juegos electrónicos, todavía es más lamentable la imprecisa
proporción en que esta línea de entretenimiento virtual pueda
expresar una propensión desconsiderada y agresiva de la sociedad,
que a veces no es tan vicaria como en estos pasatiempos se propone.
Pero peor sería todavía si viniera a reproducir el mal ejemplo
propagado por una buena nómina de conocidos políticos y
tertulianos, que no han dudado en apuntarse a la facilona manía de
tirar piedras, a bulto, a los trabajadores de la enseñanza cuando
sus muy particulares intereses lo han requerido. Cómo será de
razonable esta duda que, hasta
Google,
si se enuncia “los profesores son”, inmediatamente activa tres
opciones de su motor de búsqueda, de las que dos sugieren que “son
funcionarios” y que “son vagos”. Y la tercera, con la Ley
de autoridad por
medio, plantea el arreglo de parte de este desaguisado como si de
algo puramente administrativo se tratara, ajeno a la demostración de
aprecio de una Administración cuidadosa de sus maestros y
profesores -públicos o privados-, cuya tarea se supone primordial
para crear ciudadanía.
Más
desconcertante,
de todos modos, es lo que podido leer en una brevísima reflexión
última de un
profesor de la Complutense
en su blog. A partir de un aspecto colateral del comentario de
Llamazares, concluye expeditivo: “la cuestión de por qué los
docentes se quejan tanto de su situación sigue siendo un misterio
para mí”. Después de releerlo varias veces, espero que no resulte
cansinamente retórico -aunque me ocupe más de 140 caracteres-
quejarme a mi vez de que a este replicante le produzcan tedio las
“quejas” de otros profesores. En síntesis, es una lástima el
razonamiento con que expone tamaña duda, apoyada en dos referencias
poco misteriosas y nada consistentes. “La mayor” de su pretendido
argumento toma en consideración el estudio 2944 del CIS, de mayo
2012, en que la opinión pública dejaba bien parado al profesorado,
detrás de médicos y bomberos. La función de “menor” argumental
la encomienda a una cita de Amanda Ripley del mismo año, tomada a su
vez de los Informes PISA, que le valen para concluir que,
“curiosamente, los salarios más altos no coinciden necesariamente
con la excelencia. Los profesores mejor pagados del mundo viven en
España, donde los adolescentes rinden peor en Matemáticas, Lectura
y Ciencia que en los Estados Unidos”.
Sencillo
y breve,
pero, como podrán ver -si tienen paciencia para terminar este
comentario-, el argumento es poco propicio para descubrir algo
objetivo o, sencillamente, ver mejor el panorama de este asunto. Más
bien vale para mostrar los caminos que sigue -a veces, por estar
demasiado implicado, y otras, por prejuicio- la dialéctica erística
o, como la llamaba Shopenhauer, El
arte de tener siempre razón.
Es decir, que hubiéramos ahorrado tiempo y explicaciones si, en la
secuencia argumental del blog aludido, quedara explícito el
inhabitual contexto socio-político de cuando, en mayo de 2012, se
pasó la mentada encuesta del CIS, en plena zarabanda de “mareas”
protagonizadas por esos tres grupos profesionales cuando más
arreciaban los oportunistas recortes de la selectiva “crisis”.
Pero, claro, se relativizaría en exceso aquel coyuntural aprecio
colectivo, básico para establecer un sólido enunciado de partida.
De todos modos, todavía podría haberse corregido algo la deriva
improcedente de la secuencia discursiva si se nos hubiera puesto en
guardia frente al particular valor que la autora americana atribuye a
los informes de la OCDE -para acreditar el valor de un profesor, de
un sistema educativo o el presunto buen o mal rendimiento de los
estudiantes de su país y el nuestro-. Pero, también en este
aspecto, lo sorprendente es que, para no estropear la posible
brillantez de la deducción, el responsable de este blog no haya
objetado nada a tan alegre uso de esos datos. Bajo el paraguas de la
OCDE o su Informe PISA, se ha sentido con licencia canónica para
disparar a cuanta “queja” se haya producido alrededor, empezando
por incluirlas todas dentro de un denigrado género de escritos
plagiarios, airados y algo demenciales a menudo -desde los noventa
especialmente-, conocidos como “jeremíacos”.
En
el propio EEUU,
sin embargo, son muchos los que discrepan del valor de los Informes y
evaluaciones externas, especialmente cuando se descontextualizan de
lo que realmente miden. Entre otras muchas razones, porque lo que
miden es solamente la literacy,
esa capacidad general que tenemos los individuos para aplicar
conocimiento en nuestra vida diaria a los problema que nos surgen. La
escuela contribuye a ese complejo caudal, pero con una mínima e
inconcreta aportación entre otras muchas que enriquecen nuestra
maleable experiencia vital. Otra cosa es que la OCDE aproveche la
ocasión de sus Informes para dar consejos -casi siempre ambiguos
para que puedan ser utilizados por unas u otras tendencias
políticas-, pero que nada tienen que ver con lo que científicamente
puedan medir sus encuestas. Por ello, también en España crecen los
discordantes con el interés indiscriminado y determinista de los
Informes PISA, demasiado externos al quehacer de los centros
educativos y en gran medida ajenos a lo que necesitan los
profesionales responsables de los procesos reales de enseñanza y
aprendizaje de los adolescentes. Julio
Carabaña
–catedrático de la Complutense, en la Facultad de Educación-
explica en su último libro cómo el propio Informe PISA insiste en
la limitación de lo que de verdad mide y, después de un minucioso
examen de la historia y elementos que lo constituyen, destaca lo
“inútil que es para la mejora de las escuelas”.
Siendo,
pues, insignificantes los datos
que con ese material puedan inferirse como netamente atribuibles a la
contribución de los enseñantes a los saberes que, desde el año
2000, vienen mostrando los adolescentes españoles en las periódicas
evaluaciones que miden su “literacia” en Lectura, Matemáticas o
Ciencia, no parece que puedan ser aducibles lealmente como razón
para que los profesores de que habla el aludido blog deban ser
acreditados indiscriminadamente como quejicas irredentos e
insolidarios. En un colectivo tan amplio y complejo hay de todo,
también eternos descontentos. Pero esa no es la conclusión a que
llega el mentado blog, sino la de un supuestamente compacto gremio de
quejicas, denotados como tales desde una perezosa argumentación
acrítica y tendenciosa, tan válida para la calificación de
“excelencia” como para su contraria: dadas las características
de difícil desempeño en que están pautadas con frecuencia indebida
muchos trabajos docentes, extraordinario debiera ser el mérito a
reconocerles –tanto aquí como en EEUU-, por más que el nivel
comparativo de rendimiento de muchas de sus aulas parezca mediocre a
la luz de estándares genéricos y parciales.
En
este asunto, de
poco nos vale la prensa. Para dirimir la utilidad de los Informes
PISA respecto a lo que publicitariamente dicen servir, la mayor parte
de los medios hace a menudo el mismo juego de la profesora Ripley.
Entre otras razones, porque la OCDE tiene una oficina de comunicación
muy eficiente, ocupada en prestigiar la utilidad de la organización,
y porque, además, no se exige a los periodistas que se lean tan
extensos Informes: siempre tienen urgencias mejores. Salvo
excepciones, tampoco los leen nuestras autoridades, y les han venido
muy bien, pese a todo, como hemos podido ver sobradamente en la
promoción y gestión de la LOMCE. Los responsables ministeriales de
esta se han escudado en PISA para pasarse tramposamente por el forro
el duro trabajo de enderezar en serio los problemas. Los duros
problemas siguen ahí mientras en paralelo han esgrimido la autoridad
del organismo internacional para una supuesta eficiencia gestora,
consistente en desregular más la protección endeble que ya tenía
el sistema educativo y que creciera su potencial de negocio privado.
Pero esta es otra historia, bien importante, por cierto, en la
gestación de muchas “quejas” sobradamente justificadas, a las
que el susodicho blog no alude.
Sin más argumentos, por
tanto, que los comentados, las razones de este profesor de la
Complutense en su blog a propósito de que los profesores se quejen,
además de frívolamente inconsistentes parecen prejuiciadas. Si no
lo fueran, no le resultarían “un misterio” tales “quejas”.
Es muy posible ser profesor y vivir ajeno a este tipo de problemas;
tampoco está prohibido. Pero pretextar bajo la más alta categoría
docente de universidad, una egregia insatisfacción por
comportamientos de otros profesores, sean o no del mismo rango,
debiera, al menos, explicarse mejor. Primero, porque también en la
universidad hay profesores atentos, no sólo a lo que les sucede a
sus colegas de niveles inferiores sino, también, a lo que se les
está viniendo encima, de modo que ya empiezan a enojarse. Y segundo,
porque si se tiene tal desazón como para elevarla al grado de
“misterio”, desentrañar tópicos como este de las “quejas”
no es imposible e, incluso, puede ser modélico: el Juan
de Mairena,
de Machado, lo hacía mucho, recuperando una fructífera tradición
socrática.
En
vez de tipificarlas,
pues, como “misterio” –faltaría saber si gozoso o doloroso-,
¿por qué no descifrar con proyectos de investigación delimitables
qué se esconde dentro? ¿Por qué, además, no autoanalizarse para
descubrirse a sí mismo quejándose caprichosamente de que otros se
quejen? Porque, además, somos muchos –profesores y no profesores-
los que tenemos la razonable impresión de que a esas “quejas”
contribuyen múltiples razones de diverso calibre e interés
objetivable, y que habría material sobrado para intentar diferenciar
unas de otras y dilucidar la pertinencia de cada una. De hacerse con
rigor, no sólo se contribuiría a un entendimiento más reflexivo y
eficiente del trabajo docente –por tratarse de una de las
cuestiones neurálgicas de un sistema educativo muy zarandeado-, sino
también más clarividente, pues sacaría a la luz muchas inercias
heredadas de un pasado en que los trampantojos fueron demasiado
frecuentes. Y ya va siendo hora de tomarse en serio esta profesión
–o profesiones docentes, pues buen cuidado ha habido de que los
reinos de taifas se prolongaran-, requerida de atención y cuidado
en múltiples direcciones, y no tan sólo de florituras retóricas.
Hay
mucho interés en este momento
en dilucidar si los profesores –también los universitarios- han de
ser meros peones o buenos profesionales en las tareas que conlleva
una enseñanza científica, democrática e independiente. Eso es lo
que está en juego ahora y dirimir quién lo controla, cuando tantas
instancias interesadas hay en que la enseñanza sea un rentable
negocio. El citado Julio Carabaña da muchas pistas para entenderlo
en el libro que aquí se ha comentado: La
inutilidad de PISA para la mejora de las escuelas y la enseñanza.
Es,
pues, el momento de distinguir unas “quejas” de otras, que
también arrecian ya desde hace más tiempo del que parece. No hay
constancia de que ninguna batalla se haya producido en silencio, ni
tampoco de que alguno de los contendientes se quejara de
contaminación sonora sin darle la razón al contrario, que no cesará
en su cantilena.
TEMAS:
Literacia, Profesiones docentes,
Quejas de profesores, Videojuegos, Pruebas externas, Informes PISA,
OCDE, Wert, LOMCE, LGE, Antonio Machado, Julio Llamazares, Julio
Carabaña, Luis Mateo, CIS-2012.
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