http://praza.gal/movementos-sociais/14530/o-peche-de-colexios-fai-revivir-as-protestas-contra-os-recortes-educativos-da-xunta/
30 jun 2017
29 jun 2017
La confesionalidad educativa sigue en España criterios del siglo XIX
La
presencia que le garantiza la LOMCE, en continuidad de un pasado privilegiado,
no garantiza un presente educativo mejor,
de calidad compartida por todos.
Estábamos en los inicios de la Transición aquel 15.06.1977 y, con
la Constitución sin aprobar, votamos libremente. Poco después, ya aprobada la
Carta Magna, UCD decidió por Ley de 03.10.1979 y por una secuencia de
resoluciones de la Dirección General de Enseñanzas Medias hasta el 24.10.1981,
introducir su conocimiento en los Institutos. A partir de un listado de aspectos
principales, los profesores habían de formular el modo que debería tener en el
aula. Al inicio del curso 81-82 los más
voluntariosos se animaron a explicar a sus compañeros de Historia la secuencia
que entendían procedente, Fue de ver cómo, al alto grado de improvisación, le
sobrevinieron las sorpresas. Como que, después del capítulo de libertades y
derechos, y de la secuencia de Poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y
Judicial, propusieran que, para entender bien la Constitución de 1978, habrían
de tratarse “los poderes fácticos”, es decir, la Iglesia y del Ejército. Pero
lo más sorprendente fue que, cuando un
docente protestó por entender que en
ninguna parte de la Constitución existía tal capítulo, contradictorio con el
recién estrenado ordenamiento democrático, otro colega replicara muy airado
diciendo: “Ya estamos aquí con la ideología”.
Acerca de “lo fáctico”
Vista desde ahora, 40 años después, esa anécdota no lo es tanto.
Mostraba, de fijo, ignorancia de historia constitucional adobada de engrudo
fascista, pero, al tiempo, cuando todavía el asalto al Congreso no había tenido
lugar, revelaba profunda desconfianza hacia quienes habían detentado tan
inmenso poder. En la distancia de estos 40 años, todavía cabe preguntarse en
qué medida lo de “fácticos” haya quedado atrás. La transformación del Ejército
parece, en general, aceptable por más que su capítulo presupuestario merezca más
transparencia. Mas dudoso es, y más contradictorio, que no sea “fáctico” el
papel que la Iglesia oficial pretende seguir queriendo ejercer.
Sucede como con el calor: que se habla demasiado del tiempo cuando
estamos ante un cambio climático. El apaño hermeneutico que el Tribunal
Constitucional se ha esmerado en buscarle al “aconfesionalismo” del art. 16.3
de la Constitución de 1978, se compadece mal con el partido que le saca la
Iglesia a su relación con el Estado aunque la creencia religiosa sea otra. Con
lo que percibe, a cualquier observador imparcial le costará entender la
diferencia de trato que habría tenido si el antónimo “confesional” figurara en
ese rango normativo. El deslizamiento
semántico que percibirá violenta la sintaxis y, sobre todo, la economía
de los bienes públicos. La simple atención a lo que sucede en Educación, fuente
de abundantes recursos, permite medir el
lapso significativo que pueda haber entre ambos términos y, colateralmente, si
la Iglesia sigue siendo poder “fáctico” bajo esta “aconfesionalidad positiva” en sus
pretensiones de amoldar esta sociedad actual según la imagen de su fe.
El sistema educativo español tiene dos aspectos de complementario interés
al respecto. Lo que los eclesiásticos reciben por la enseñanza de la Religión
en los centros públicos se añade a las cantidades que ingresa por ser titulares
de centros concertados. En cuanto a lo primero, cuyo recorrido viene de antes
de 1851, es un continuismo poco acorde con la pluralidad democrática. De ahí el
título de un buen libro de Antonio Viñao:
Religión en las aulas: Una materia controvertida (Morata,
2014). En cuanto a lo segundo, la continuidad de los privilegios del pasado –y
particularmente de la etapa franquista- se contradice con una enseñanza pública urgida
de recursos para atender mejor a sus estudiantes. Razonar que crezca a cuenta de un pasado inexplicado y
descontextualizado, tiene el inconveniente de que expande un código de conducta
puramente imaginativo, inútil para afrontar este presente. Y más cuando, desde
2012, la disparidad de recursos ha sido a la inversa del número de colegiales
en ambas vías del sistema.
Pretender que se alargue esta situación dispar es tratar de hacer
normal la amplia cobertura legal que el
artc. 27 de la Constitución proporciona a la actividad eclesiástica en el
sistema y, complementariamente, lo acordado con la Santa Sede en tiempos del
democristiano Marcelino Oreja entre 1976 y 1979. Muy “fáctico” es que, en
concordancia, Hacienda revise cada año, desde 2006, las cantidades que signan
voluntariamente los ciudadanos en su declaración del IRPF.
Esta vía de recursos del Estado -que sólo firma un 35% de declarantes-
aporta unos 250 millones de € a la Iglesia; complementan los estipendios que
percibe de sus fieles, y se añaden a diferentes exenciones y subvenciones de los
ministerios, autonomías y ayuntamientos. En total, y al margen de sus específicas actividades cultuales,
los recursos públicos que extrae la Iglesia del Estado para sus actividades
particulares rondan, según algunas estimaciones, los 11.000
millones de € anuales. A conciertos educativos corresponden –de “facto”-
unos 5.010, de los que 600 sostienen las clases de Religión y otros 10 atienden
a Seminarios menores.
Modernidad
A estas alturas, este peculiar “aconfesionalismo”
económico o su posible variación no son
cuestiones de sagaz “clericalismo” o “anticlericalismo”. Ese enfoque
apologético, con negativa carga melodramática añadida, está muy pasado. Sin
contextualizar cómo esos ingredientes trufaron en el siglo XIX la pelea por la
prepotencia sociopolítica, pretende un relato ahistórico ingenuo, que no
explica la muy conflictiva y lenta transición a la modernización del Estado, ni
cómo propició el Concordato de 1851 o la presencia episcopal en los debates parlamentarios.
Tampoco aclara cómo condicionó la gran pugna del primer tercio del siglo XX en que el mundo “clerical” salió victorioso tras
la Guerra de 1936. Y menos explica cómo aquel espíritu de “cruzada” impuso su patriarcal
criterio “clerical” en lo educativo y cultural prácticamente hasta 1982. Salvo que se recurra al providencialismo
explicativo –antihistórico y azaroso- no se esclarece cómo en 1980 logró aprobar
la LOECE, con una gestión peculiar e idearios de colegios privados amoldados a sus
intereses pese a las “subvenciones” que recibía del erario público. Otras
tendrán que ser también las justificaciones de las añoranzas de cuando los
tiempos eran otros, expresadas en la continuada oposición de las variadas
organizaciones eclesiásticas a la LODE (1985) y a la LOGSE (1990) o a la propia
LOE (2006), leyes donde puede seguirse la huella de sus protestas. La
dicotomía clericalismo/anticlericalismo tampoco dilucida, en fin, el activismo
de 2005 -cuando varios obispos protestaron en la calle- ni el estatus logrado
en la LOMCE (2013) para la Religión y la preeminente “iniciativa social” –frente a la pública- para
abrir colegios.
A esa descontentadiza actitud permanente, siempre anhelante de
presencia absoluta, ocupada en acrecentar su paternalismo social a cuenta de
limosnear de lo público, puede llamársele “clericalismo”. Aunque en el mundo liberal de los negocios
temporales, en casos similares suelan usarse locuciones afines al monopolio. En
ese desinhibido ahínco por tejer redes de poder cultivando a grupos influyentes
y dominio legal, se generan argumentos de novela negra, pero no existe ahí el
“anticlericalismo” de estilo antiguo. Contarlo así es un resabio de poder
“fáctico” frente a enemigos imaginarios. Que haya eclesiásticos que se apañan
muy bien en ese mullido mundo no hace indispensable que la laicidad necesite voluntades
concertadas o contubernios “anticlericales”. Más inteligente sería admitir -puesto
que estamos en democracia- la necesidad de que existan ciudadanos interesados en
la habilidosa voluntad de apostolado en educación de la Conferencia Episcopal
(CEE) . Para una institución que pretende acreditarse por su atención a lo
social -que sólo da a
Cáritas un 2% de lo que percibe por el IRPF- debiera ser habitual justificar
su particular acción pastoral -o, según a quien se dirijan, de “servicio”,
“caridad”, ”solidaridad” y “acción social”- sin recurrir a los recursos
públicos o, en caso de concesiones específicas, facilitando que el Estado pueda
evaluar
cómo hayan sido aplicados, pues tiene obligación de atender equitativamente
y sin privilegios a todos sus ciudadanos.
En otro tiempo, se dio a entender que esto, por la simbiosis
“fáctica” existente, no era relevante. Entre innumerables fetichismos mágicos,
casi todos los españoles decían ser
católicos y se ajustaban a lo que la Iglesia había oficializado en las
costumbres. Pero sin que mediara ningún decreto, ambas realidades difieren
mucho. En estos 40 años ha aumentado los que no se sienten católicos -como
atestiguan las encuestas
del CIS- y, en paralelo, creció la sensibilidad hacia la obligación del
Estado –“aconfesional”- en preservar que la diferencial perspectiva de cada
cual, religiosa o no, quede a salvo. Todos los ciudadanos han de poder pensar,
expresarse y actuar como entiendan, sin que ello sirva de pretexto discriminatorio
que perjudique su expectativa de vida. Por tanto, proporcionar recursos
sociales ha de seguir igual criterio en lo tocante al erario público.
Frente a esta democratizadora dinámica social, “cruzadas”
y “misiones” ha habido, sobre todo en la etapa de Juan Pablo II y con Rouco Varela al frente de la CEE, que
depositaron expectativas restauradoras en neoclericales movimientos elitistas y
herméticos más allá incluso del Opus Dei, como Legionarios de Cristo, Camino
Neocatumenal, Renovación Carismática o Comunión y Liberación. El circuito
católico de la educación, coordinado desde la Comisión Episcopal de Enseñanza,
contabiliza ya 2.449 centros
concertados y 15 universidades. Su objetivo privatizador dentro del sistema educativo
español ha instrumentado su “acción social” –frente a la enseñanza pública que
el Estado tiene obligación de gestionar bien- mediante la FERE, el
Foro de la Familia, COFAPA, CECE, CONCAPA,
EyG, “Libertad de enseñanza”, “Educación y Evangelio”, AESECE, otras
organizaciones menores y empresas de carácter editorial como Edelvives, Edebé o
SM, las cuales aparentan la difuminación
del cártel educativo logrado en estos 40 años. Su amplia cobertura publicitaria en medios como La Razón, ABC, 13TV y la
COPE, amén de digitales de diverso alcance neoliberal, no logra traspasar, sin embargo, el círculo de
adeptos que tienden a reproducir “Escuelas
católicas” o Universidades como la de
Murcia o Pamplona. El afán de notoriedad, buenas relaciones y demostración
social es una línea de emprendimiento y negocio.
Pero no es procedente –en democracia y menos cuando la crisis ha puesto en
cuestión este modelo- que los otros ciudadanos deban financiarla con recursos
públicos. La caridad episcopal a coste cero no existe y habrá de demostrarse
que las electivas afinidades de sus movimientos con los intereses del IBEX-35
o los manejos
del partido más conservador, son muy beneficiosas para el común de la
ciudadanía.
La búsqueda de estos mecenazgos y alianzas de la Iglesia desde el
siglo IV d.C. tiene su lado oscuro. Después de tantos siglos, su gestión
“confesional” de la temporalidad debiera haber beneficiado -sin cortapisas al
conocimiento- a toda la población. Continuarla ahora con un “aconfesionalismo” opaco,
indistinguible de aquel largo “confesionalismo”, es difícilmente sostenible. La
diversa presencia estratégica de la Religión en la educación prolonga una
conflictividad fronteriza incesante desde que, en 1789, perdió el enorme poder anterior.
En Francia, claro, porque los españoles volvimos a revivirlo mucho entre 1936-1978,
como si los derechos sociales no debieran existir y la caridad suplicante
hubiera de suplirlos. En Francia, de todos modos, la ley que independizó las
relaciones de Estado e Iglesia es de 1905, como cuenta Fernando Álvarez-Uría en
la “Introducción”
a una reedición reciente de Halbwachs, M., Acerca del sentimiento religioso en Durkhem (Dado, 2017). Aquí, los
Concordatos de 1851 y 1953 prolongaron aquel conflicto de intereses casi hasta
hoy, en que la Constitución de 1978 -en combinación con los Acuerdos de 1979-
solapa, bajo un supuesto “aconfesionalismo positivo”, la consolidación política
del Estado Vaticano dentro de España.
Transparencia
Quienes pretextan resentimiento olvidan que el rencor al inevitable
pasado no facilita un presente de dignidad y justicia. Favorece en cambio la
esquizofrenia creer que el Cielo autoriza a algunos que amarguen a todos la
vida en la Tierra. Crédulos de su omnisciencia, estos círculos eclesiásticos
suelen caer en la confusión que, por razones
que Bourdieu dejó estudiadas, no les deja distinguir -a conveniencia- entre
el propter quem y el post quem, como si la causalidad fuera
una mera continuidad temporal. De proseguir en el acomodado “aconfesionalismo”
sobrevenido de que disfrutan les hará cada vez mas insociables. La alucinación
política les hará ver que, por ejemplo, todos han de comulgar con su “libertad
de elección de centro”, tan transparente que el gasto público ha bajado un 12%
entre 2009 y 2012, mientras el
de los conciertos educativos -donde
los colegios católicos son mayoría- no ha parado de crecer privilegiando a casi el 30% de escolares.
Por otro lado, hacer creer que la situación de 2017 es como hace
40 años o anterior burla igualmente toda libertad y equidad democráticas. No
sería la primera vez que confunden el propter
quem con el mero post quem, pero
las oportunistas posiciones de la jerarquía eclesiástica española, por
melifluas que se presenten, no permiten olvidar que, a menudo, han sido
intransigentes y ajenas a lo que muchos de sus fieles han vivido. Historiadores
como Willian J. Callahan lo han explicado luce
meridiana y, para los últimos tiempos, merece la pena leer a Ángel Luis López Villaverde: El poder de la Iglesia en la España Contemporánea:
La llave de las almas y de las aulas (Catarata, 2013). En todo caso, ni el
pasado se enmienda con “impactos” tan
epidérmicos como los que pretende alguna Memoria reciente, ni las supremacías de antaño son las de
hogaño. Aquel pasado de prepotencia resiste ahora mal un complicado proceso
interno de mutación, más difícil cuando la secularización es creciente. Para un
“pacto educativo” consistente no es buena noticia una CEE orgullosa de un
pasado lleno de agujeros de los que no se siente responsable, olvidadiza de su
presente sociorreligioso y hostil hacia quienes no compartan sus concepciones
del mundo.
Sería una situación excelente, sin embargo, para la humilde coherencia.
En Educación, olvidando reminiscentes privilegios como el de la catequesis
doctrinal en el currículum: aferrarse a que, en horario escolar, lo faculta la
legislación “aconfesional” no se ajusta a la Convención de los Derechos del Niño. O negándose a la separación de niños y niñas en las aulas y
mostrando que no es problema para nadie tener recursos económicos para poder
estudiar en sus colegios. Si con el ejercicio astuto de la presión y el
intrigante cabildeo pierde crédito esta modalidad de presunta evangelización,
gana puntos si derrocha empeño en zonas rurales, ante la niñez más abandonada o
en los barrios humildes, como hizo el cura Millán Santos (+2010) en el barrio
de Las Delicias (Valladolid). Justo lo
contrario de exigir al Estado conciertos para atender niños bien cuando en el último
Informe de UNICEF -que reafirma a Cáritas- abundan los pretextos
para impulsar sus efectivos vocacionales hacia donde se necesitan. Un designio educador que pretenda erradicar la
pobreza y sus consecuencias es ininteligible que se empeñe en hacer pasar por
democrático querer fidelizar a unos pocos –favorecidos- a cuenta del escaso
dinero de todos. En democracia, el inexplicado pretexto teocrático no puede suplantar
a la Educación pública erosionando sus recursos. Esa pretensión de puro favoritismo,
en cristiano desprecia la moral. Salvo que el
P. Arregui se equivocara diciendo, en 1961, que “el monopolio, sobre todo
de las cosas necesarias, fácilmente lesiona la caridad”, razón histórica de esa
“pastoral”.
¿Conversión?
Los itinerarios educativos para selectos, parciales per se, no necesitan para su “libertad
de elección” el recurso a los PGE (Presupuestos Generales del Estado) ni el
auxilio de la CEE. La obligación del Estado es con todos, para que la educación
sea un instrumento de conocimiento y de posible ascenso social, de cohesión
moral y cívica de toda la ciudadanía. A esto ha de orientarse el propter quem o las razones de la acción educativa eclesiástica si
no quiere ser una mera empresa de servicios. Si quiere estar
con su “pueblo de Dios”, el aggiornamento
de Juan XXIII y su Concilio Vaticano II en los primeros sesenta fueron una
auténtica novedad. Hoy, en el post quem
de aquella historia esperanzada para muchos, que esas actividades se amparen en
interpretaciones laxas de “aconfesionalismo” o en el puro marketing es cada vez
más increíble. Cuando en estos últimos
40 años ha pasado de todo, mejor será abandonar el tozudo cultivo de esos
lastres de “lo fáctico” que seguir perdiendo credibilidad.
Manuel Menor Currás
(Madrid, 21.06.2017)
TEMAS: Pacto educativo. Conferencia Episcopal Española. Millán
Santos. Clericalismos. Laicidad. Derecho a la educación. Aconfesionalismo.
19 jun 2017
El gradualismo político esta contraindicado para las urgencias democráticas
Las mociones de censura
últimas muestran perezosas y falaces maneras de afrontar problemas que, como
los de Educación o Sanidad, tienen huecos formidables de desatención e incuria.
La mejor conclusión que se puede sacar de muchos debates es lo bien
dividida y fragmentada que está la sociedad en provecho de quienes controlan el
poder. Ni la oposición es capaz de cohesionarse para concertar una acción capaz
de retirar de en medio a quien debieran jubilar, ni los argumentos que suelen
manejarse en esas situaciones –excepcionales cuando de mociones de censura se
trata- suelen ser capaces de traspasar para el oyente o televidente lo que haya
en la necia argumentación ad hominem. A
veces, sólo un rencor preestablecido o algún tipo de consigna propicia al
twiteo fácil y ruidoso, machista
incluso pero muy apta para desviar la
atención de lo principal.
Lo que el sistema quiere y tú
no
Los medios suelen repetir, ad pedem
literae, esta situación, en provecho de quien ostente el poder, no sea que
se muestre esquivo a
compensar en prebendas los variados modos de servilismo que tanto dañan al
ciudadano anhelante de información fiable sobre lo que acontece. Proponer, pues,
que se vote acerca de quién haya ganado en situaciones como la del debate del
día 13 en el Congreso de Diputados -si el líder de Podemos o el del PP- no pasa de estúpida esquizofrenia. Ambos han
tenido momentos de lúcida calma e ironía socarrona, lo que es de agradecer.
Pero también han estado pródigos, especialmente cuando Rajoy tomaba la palabra,
en medias verdades y no
pocas falsedades. En esa pugna, los otros actores más bien fueron
convidados de piedra, pese a la relevancia que asigna la Constitución a este
tipo de mociones. Desde antes de
empezar, más se mostraron oportunistas que interesados en un “cambio real” de
una situación problemática. Lo de “marcar los
tiempos”, que dicen en el PSOE, no convence. Y lo de estar ahí para que España
vaya mejor, que dicen en Ciudadanos, no se lo creen ni ellos: como si hubieran nacido
para que todo continúe donde siempre.
a prensa es pródigae nos
atropellaque nos invaden...menos, poder seguir contvo que uno se quiera La retórica despectiva esgrimida
en la Asamblea de Madrid en días anteriores, si algo había dejado entrever,
habían sido manejos tácticos para que la sustancia de lo bien hecho o mal
gestionado se perdiera por los laberintos de la nada mientras se exhibía como
gran logro una dialéctica de “los nuestros “ y “los otros”, dudosamente civilizada.
No es muy optimista lo acontecido después de estos debates para advertir lo
mucho que hayamos avanzado en consistencia de conquistas democráticas. Más
pareciera que estuviéramos en regresión hacia la imposición del victorioso “ya
hemos pasao” frente al resistente “no pasarán”.
Las réplicas del Gobierno a cuestiones flagrantes de transgresión de lo
democrático, como la
amnistía fiscal de Montoro o -entre infinidad de sinrazones con que topamos a
diario para otros partidismos- en las motivaciones que guían
al presidente actual de RTVE, no permiten hacerse
ilusiones respecto a una repulsa unánime frente a la inmoralidad o el
sectarismo en la gestión de lo público. La tónica ramplona y con tirón
constante hacia la hegemonía de una sociedad desigual y abusona sigue creciendo
en los medios. Ha podido verse en los consejos últimos a mujeres a las que –sin
desmerecer de los “manuales de la buena esposa” que tanto proliferaron en
España- se les recomendaba
que nada impidiera la
satisfacción del varón.
En la misma línea de desconfianza se ha de alinear la poca presencia que,
en lo oído en la Asamblea madrileña o en el Congreso estos días, han tenido las
políticas educativas. Para quienes trabajan en el sector, tan pocas son y tan
poco estimulantes para lo que urge hacer, que las que se han oído en tan
solemnes ocasiones son asociables a esos aludidos consejos sobre prepotentes “posiciones
para cuando él quiere y tú no”. Oigan: no; más seriedad y no tomen el pelo con
el uso de terminologías que nada dicen en una selva de repeticiones
anfibológicas.
Lo imprescindible para un trato
justo
Cuando hace unos días el “Consejo educativo de la Comunidad de Madrid” –entidad
que agrupa actualmente a 14 organizaciones con importante representación social
en la vida educativa de esa geografía, aunque no incluye partidos políticos-
presentó en público un importante documento que pretendía llamar la atención
sobre lo que deberían ser las Bases imprescindibles para que pueda darse
un acuerdo educativo social y
político en la Comunidad de Madrid, el interés de los medios y de
los partidos por la propuesta de modelo educativo latente en este documento –en
ningún modo rupturista, radical o revolucionario- también fue tan significativo
como el propio documento. Pocos asistieron, como si se tratara de una cuestión
de segundo o tercer nivel de preocupaciones. Por algo Rajoy sabe que lo que vende es hacer
llegar al gran público
el crecimiento económico y que da igual que sea con viento de cola o con la
inestimable ayuda de una coyuntura energética favorable: por eso lo repite como
un mantra. Intuye muy bien que no debe mencionar la situación denigrante que
vive un sector tan amplio de trabajadores
y parados como el existente o que, mientras está exaltando los
frutos de su dejación en aras del IBI, la propia OCDE
le esté recriminando la enorme brecha social que está generando o,
en particular, las nefastas consecuencias
que acusan ya los jóvenes, encargados de continuar
nuestras vidas. Teóricamente, hemos de agradecerle a su cortoplacismo
neoliberal y superconservador que sepa contarlo con sobria ironía, como si
fuera verdad y no esperpento.
En ese panorama -repetidor del que tanto éxito tuviera en los mejores
tiempos de la Restauración
canovista, que ese día 13 se paseó por el Congreso para aburrimiento
ignorante de muchos- parece que la mejor “posición” aconsejable
para todos sea la del gradualismo, ese sistema moral que aparece como logro
cuando, ante la dificultad de sacar adelante una decisión coherente, por la que
se ha estado peleando denodadamente como justa, se muestra lo más parecido a
una claudicación o una derrota en toda regla. Suele tener mucho reconocimiento –continuista-
en situaciones de gran desequilibrio de trato o ante relaciones estructurales
de sumisión en que lo exigido es docilidad y sometimiento humilde. Este
vasallaje resignado es multifacético. Tanto aparece con el patriarcal no te quejes, como ante el señoritismo machista,
el colonialismo depredador del triunfador, el chuleta folclórico que controla
el aparato cultural, el ruidoso adolescente malcriado, el editor que te pide
una pasta con el original para engordar a cuenta tuya, el castizo recurso a los
atributos sexuales… El gradualismo es la gran opción del “España va bien” que
ignora a la España que va fatal, pero que de nada vale ante el obstinado eclesiástico
que, en nombre de Dios, exige hacer caridad a cuenta del erario público, ni
ante el corrupto que saquea a sus vecinos aprovechándose del cargo en nombre de
su beneficio privado. Lo sabía muy bien Vélez de Guevara: El Diablo cojuelo (1641). Ante tanto historial bienpensante, el
sumiso gradualismo es una sonora resignación, puede que muy sabia pero
impotente, para encubrir una silenciosa deserción. Una flagrante injusticia,
cuando conlleva abdicación a cumplir los
Derechos Humanos.
En el sistema educativo español, después de lo que dejó establecido la
primera ley general que trató de ordenarlo en 1857, y con la salvedad de muy
raros momentos -entre los que destaca lo realizado en la II República-, la
atención a la enseñanza pública de todos ha sido muy escasa cuando no nula o
contraria a su extensión democratizadora. Y cuando ahora hablan de posible
“pacto”, el gradualismo impera victorioso como posibilismo incapaz de erradicar
esta enorme costra naturalizada. Ángel Gabilondo la cifraba –en el acto de presentación del
documento del Consejo Educativo de Madrid- en torno a tres asuntos que suelen
llenar la boca de la Consejería de Educación madrileña: el “bilingüismo”, la
“calidad educativa” y la “libertad de
elección de centro”. Son muchos los observadores coincidentes y, si no supieran
de la anfibología de estos términos ni hubiera datos
muy inquietantes de los déficits que esconden, alabarían gustosos tanto
prodigio, tanto que, en lo tocante a mejoras educativas deseables, con cuatro
retoques sería suficiente. Desgraciadamente, para más de la mitad de la
población estudiantil de esta Comunidad no es así. Está en grave riesgo su
única posibilidad de ascenso social, en un área como Madrid tan dual, que bate todos
los récords europeos de desigualdad social. No cuela esa irresponsable exaltación
propagandística, como la que, en continuidad
con Esperanza Aguirre, sigue exhibiendo
el Gobierno de Cifuentes. Tiene sentido, por tanto, el documento presentado por el citado Consejo,
cuya pertinencia viene avalada por abundante información, como la que muestran las
cifras oficiales del desmadre madrileño.
Y el bendito gradualismo
Si nadie desconfiara del tacticismo que esconden permanentemente muchos
de los actores que podrían invertir esta tendencia degradante de lo público, los
votantes expectantes deberían aplaudir al prestigiado gradualismo. Dentro de lo
posible, algunas cosillas se iría reformando: con un “acuerdo de
transformación” o, mejor, con un “pacto social y político”. El viejo Maquiavelo
y, más recientemente, El Gatopardo,
conocían bien estas habilidades de
la apariencia del cambio. La idea es que no se contente quien no quiera y que
todo siga más o menos igual que siempre.
En ello está asidua la segunda parte del noticiario informativo oficial,
siempre reconfortante para quienes tienen qué comer: les estimula a que estén
plácidamente agradecidos. Frente a tanta demencia existente en el mundo, el consolador
gradualismo es, además, muy rentable. Como
lo fue también
el Purgatorio después del Concilio de Trento: en ese cosmos,
sedaba el ánimo poder cuantificar monetariamente las expectativas de salvación.
Ante un esperpéntico panorama político como el actual, tan rezagado en una
escala de la evolución democrática que
soporta una impresionante ristra de ejemplarizantes “amigos
políticos” en la cárcel, preservar la vida es un triunfo y dominar la de
otros favorece la satisfacción. Pero poder estudiar decentemente, en igualdad,
para progresar en el conocimiento y en la independencia personal, cada vez es
más un fabuloso lujo selectivo. Para el gradualismo dominante hoy en día en
este mercadillo, es muy atractivo que las expectativas de vida de muchos nietos
ya sean peores que las de la mayoría de sus abuelos.
TEMAS: Moción de censura. Rajoy. Iglesias. PSOE. Ciudadanos. Asamblea de
Madrid. Gradualismo. Tacticismo. Acuerdos educativos. Pacto Educativo. Bases
imprescindibles para un pacto justo.
Manuel Menor Currás
Madrid,
14.06.2017
11 jun 2017
O STEG denuncia a aposta da Consellería polo inglés mentres deixa o galego de lado: a síndrome de Ohio
O pasado
venres puidemos coñecer o anuncio por parte da Consellería de que ía
fomentar o trilingüismo na educación cunha inversión de 70 millóns de
euros en tres anos, que vén confirmar o abandono da política lingüística
do noso país á dinámica neoliberal de laissez faire ou xa se verá. No
STEG non sabemos que é o que nos escandaliza máis deste dato, publicado
coma unha boísima noticia:
-Que esta inversión sexa maior cá inversión en normalización lingüística nos últimos SETE anos, que doutra banda descendeu en máis do 70%, contravindo en todo punto a Carta Europea das linguas rexionais e minoritarias.
-Que, por primeira vez na historia, o número de galegofalantes baixase do 50% da poboación,
dato que para a Consellería semella que é algo inevitábel, coma os
temporais de neve ou os incendios de verán cando sopra nordés, quen con
esta actitude de desleixo pola nosa lingua, proxecta a idea dun
“equilibrio lingüístico” entre as linguas cooficiais que non existe na
realidade e de afondamento no plurilingüismo que viría dado, neste Mundo
Feliz de Huxley en que parece vivir a Consellería, coma unha necesidade
derivada da nosa integración na realidade social europea, nun contexto
de globalización e de mobilidade laboral.
-Que cada vez máis persoas da comunidade educativa denuncian o modelo de plurilingüismo que se aplica no estado español,
e que ten coma consecuencia que o alumnado non só non adquire unha
competencia suficiente na lingua estranxeira, senón que diminúe a
adquisición de competencias nas materias impartidas nesta lingua.
Semella que a Consellería aposta por un modelo
económico e un mercado de traballo neoliberal, onde parece que quixesen
preparar o alumnado para que saiba atender os turistas que veñan do
estranxeiro ou para que emigre, directamente; seica hai novas lendas que
contan que no Courel, cando os nenos van buscar o balón que saíu do
campo, xa non volven, marchan directos á emigración...
A xuízo do STEG, a Xunta de Feijoó ampárase
nun Decreto de Plurilingüismo que non está informado de asentamento
científico dabondo, como debería ser adoito, ben ao contrario
(alomenos en termos de pedagoxía e sociolingüística); ten un carácter
marcadamente regresivo e renuncia a obxectivos normalizadores, onde se
lle puxeron dende a súa promulgación límites ao galego, a lingua en
risco de desaparición, por mor do equilibrio lingüístico (mais parece
que o funambulista coxea: máx. 50% e tendencia ao 33%). Igualmente,
afástase o galego do ámbito científico- tecnolóxico, quedando en
Educación Infantil a cuestión lingüística suxeita á lingua materna
predominante na aula baixo a determinación das familias, desaparecendo a
normalización en favor dunha dinamización, a do invísibel, que xa vemos
en que derivou.
Dende o STEG entendemos que a Consellería mantén unha errada e clamorosa concepción do plurilingüismo,
que supón equiparar situacións desiguais das linguas no tocante ao
coñecemento e o uso así como no seu recoñecemento social para, na
práctica, favorecer a desaparición da lingua minorizada, é dicir, o
galego, asimilando o carácter de plurilingüe á aprendizaxe do inglés,
prescindindo tamén da concepción ecolóxica das linguas que debe presidir
calquera proceso de normalización dunha lingua, isto é, partindo da
lingua minorizada como lingua vehicular do mesmo.
Onde está a ética da restitución de dereitos para o
conxunto da poboación e non só para uns poucos? Onde a discriminación
positiva encamiñada a corrixir asimetrías e derrubar os obstáculos que
impiden o exercicio de dereitos fundamentais, entre eles o dereito a
expresármonos na lingua propia? Van en Pígara, que din na Terra Cha.
Padece esta Consellería o que informalmente se coñece coma a Síndrome de Ohio: nin O Hío é Ohio nin Hi, oh! é Oi, ho!
Paralelamente, no STEG sempre defenderemos que para
unha mellor adquisición das competencias en calquera materia e para
mellorar a calidade do ensino cómpre aumentar a inversión, si, pero
aumentala no sentido de favorecer desdobres, aumentar profesorado e
diminuír as ratios.
Por último, dende o STEG non queremos que se reduza
a inversión no fomento de adquisición de linguas estranxeiras, pero si
que esiximos que se faga de maneira estudada e planificada e que non
sexa a costa de depauperar e devaluar o ensino do galego, do que tan
faltos estamos dende a chegada á Xunta de Feijoó.
Comisión Permanente do Secretariado Nacional do STEG
5 de xuño do 2017
5 de xuño do 2017
9 jun 2017
Un "pacto educativo" relevante non se logra desde os "impactos" aleatorios
La Memoria
anual de actividades de la Iglesia Católica resulta más
oportunista que esclarecedora de lo que puede aportar hoy el
confesionalismo educativo.
“Detrás de cada X hay
una historia”, anunciaba un franja lateral del ABC digital
este pasado día 02.03.2017 por iniciativa de Xtantos, una web
bajo la que hay “una llamada a contribuir con la labor de la
Iglesia católica: millones de personas que luchan por hacer una
sociedad mejor por
amor de Dios”.
IRPF “aconfesional”
El precedente de esta
campaña publicitaria es la disposición adicional 46ª de los PGE
correspondientes a 2016, que mostraba, igual que ha sucedido
desde la Ley de Presupuestos del 28.12.2006, la revisión que se
había hecho al alza, hasta el 0.7%, de la asignación tributaria que
la Iglesia percibía “provisionalmente” desde 1988. Hasta
entonces era el 0,5239% del IRPF de las personas físicas que
marcaran la casilla correspondiente al “sostenimiento de la
Iglesia”.
Desde enero de 2007 esa
reformulación tiene “carácter indefinido” y en su origen está
el “desarrollo de lo previsto en el artículo II del Acuerdo entre
el Estado Español y la Santa Sede sobre Asuntos Económicos, de 3 de
enero de 1979”. Incluyó, además, que no hubiera merma de lo
percibido el año anterior; se regularizaría todos los años con
referencia “a la última liquidación practicada”. Nunca en estos
acuerdos se excluyeron otras aportaciones en forma de exenciones y
recursos a cuenta de Hacienda u otros Ministerios, Comunidades
Autónomas, Ayuntamientos u otras instituciones públicas, incluidos
los conciertos educativos de los “colegios católicos”. Ni se
contabilizaron los ingresos y estipendios que la Conferencia
Episcopal, las Diócesis o que los religiosos y sacerdotes pudieran
percibir de las demandas de culto litúrgico -como bautizos, bodas y
funerales-, amén de limosnas, donativos, fundaciones o legados que
los fieles o devotos tuvieran a bien darles o legarles a cambio de
diversos actos rituales, devocionales o procesionales.
Antes de que se
ratificara el acuerdo de 28.07.1976 y se llegara a los cuatro
Acuerdos vigentes entre España y la
Santa Sede el 03.01.1979 –secuencia pactada muy al filo de la
Constitución de 1978-, el Estado no se había declarado
“aconstitucional”. Esta ambigua fórmula conceptual que ahora se
adoptaba supuso, según sentencia del Tribunal Constitucional
del 15.02.2001, establecer en la práctica no una laicidad
estricta como la vigente en Francia desde
1905 con la Ley Briand –que se trató de mantener alejada en
España- , sino una “idea de aconfesionalidad o laicidad positiva”,
una especie de sí pero no, en continuidad con “el componente
religioso perceptible en la sociedad española”. Es decir, dar
prioridad al poso que el tiempo había instituido como habitual modo
de convivencia, al menos desde el Concordato de 1953, cuando el
Estado se había declarado “confesional”. En ese tiempo, ser
español y católico a muchos llegó a parecerles consustancial, de
acuerdo con lo aprendido en muchas aulas durante un tiempo más largo
que el de la educación nacional-católica. Todavía se declaran
católicos aunque no practiquen; mantienen que lo no católico no
pertenece a la nación española e insisten en que su decadencia está
ligada a su secularización, un tópico que William
Kallahan ya detectó en la primera mitad del XIX.
El largo Estado
confesional
El Concordato de 1953
supuso una gran disponibilidad de recursos y un poder excepcional
para la Iglesia Católica. Un antecedente de lo que para entonces ya
sucedía en toda España desde abril de 1939, y que en los lugares
donde los sublevados contra la República ya sucedió desde el inicio
del golpe de Estado, consta en el
acuerdo de 07.06.1941 por el que los vencedores acordaron con el
Vaticano respetar la parte sustantiva del Concordato de 1851: sus
cuatro primeros artículos. Este Concordato adquiere de este modo una
importancia crucial en la transmisión de las aspiraciones temporales
del catolicismo.
Le habían precedido unas
difíciles negociaciones en que se buscaba el reconocimiento del
Vaticano, cuando todavía el Papa tenía gran relevancia en la
política europea y, en España, Fernando VII había dejado a su hija
Isabel II acosada por el absolutismo carlista. El Papa –y sus
delegados los obispos- aceptaban las desamortizaciones de bienes
eclesiásticos realizadas y confirmaba los derechos de la Corona en
la presentación de cargos episcopales. En contrapartida, el Estado
español, se responsabilizaba de sostener al clero y los edificios
del culto, financiaba los seminarios, reconocía a los obispos
jurisdicción sobre su actividad, y que pudieran acceder a nuevas
propiedades y reinstaurar congregaciones religiosas. Después
de reconocer al catolicismo la exclusiva “como única religión
de la nación española” (art. 1), se exigía que la enseñanza de
todos los niveles educativos había de adecuarse “a la pureza de la
doctrina de la fe” (art. 2). De una y otra parte se esperaba una
conciliación de intereses a través de la cooperación en cuanto a
costumbres y educación. Pero el problema seguiría en los límites:
ni el liberalismo moderado estaba muy dispuesto a que la Iglesia
impusiese la política pública, ni la Iglesia y sus partidarios
cederían en sus pretensiones absolutas, razón de las peleas y
desavenencias que culminaron en el posicionamiento frente al laicismo
republicano. El miedo de los eclesiásticos a perder presencia les
llevó siempre a ver cada coyuntura como algo accidental, sin
desesperar nunca de la posibilidad del dominio católico universal,
pues según predicaban, toda la humanidad procede de Dios, de quien
se sentían representantes.
La vuelta en 1953 a los
principios fundamentales del Concordato de 1851 –presente ya en los
primeros decretos de los antirepublicanos- fue una forma de pago a la
Iglesia por su colaboración. La beneficiaria del control y
censura de la educación, el arte y las costumbres sociales hasta la
Constitución de 1978, se había empeñado a fondo. La gran mayoría
del clero y sus obispos –salvo excepciones- o el Congreso de Acción
Católica en Burgos, en septiembre de 1936, aprobaron con entusiasmo
que la guerra era una “cruzada” en que se dilucidaba –como
pregonaba Pla y
Deniel el 28.09.1936- la agustiniana lucha entre la ciudad de
Dios y la ciudad del Diablo. La connivencia pronto dio en llamarse
nacionalcatolicismo o catolicismo de Estado y privilegió la versión
más conservadora del catolicismo. En los años sesenta, algunos
sectores abiertos a lo que entendieron daría de sí el Concilio
Vaticano II, mostraron otras maneras de entender el cristianismo,
algunas muy liberadoras, pero pronto quedaron marginadas de la
oficialidad católica, que volvió a privilegiar un espiritualismo
individualista, propicio a posicionamientos neoconservadores próximos
a las políticas neoliberales.
El agustinismo de Pla y
Deniel remonta esta historia de temporalidades eclesiásticas a
varios siglos antes. Aunque algo tortuoso, ese trayecto es muy
aconsejable si se quiere contextualizar el mensaje reciente de la
Conferencia Episcopal Española a propósito de “la historia de la
X” en la casilla del IRPF. Fue con el Edicto de Teodosio, el
27.02.380, cuando el cristianismo empezó a ser la religión oficial
del Estado. Su autoridad, que abarcaba entonces a todo el Imperio
romano, proclamaba la ortodoxia del Concilio de Nicea frente a otras
doctrinas, y que sólo los creyentes en la Trinidad asumían el
título de católicos –universales- señalando a los demás como
“herejes” y “locos insensatos”. “Sus lugares de reunión
–por tanto- no
serán considerados como iglesias y serán destruidos tanto por la
venganza divina como por nuestra iniciativa, que tomaremos de acuerdo
con el arbitrio celeste”. (Edictum
ad Populum urbis Constantinoplae). Antes
de que muriera Teodosio en 393, la Roma católica –émula del duro
imperialismo de los césares- empezó a ejercer esa
posición dominante y exclusiva, no sólo contra los disidentes sino
también contra las religiones “paganas”.
Podemos saltarnos los
casi 16 siglos que median hasta 1789, en que entra en crisis el poder
religioso omnímodo que tuvieron en el Antiguo Régimen. Pero sin
olvidar que el criterio moral, social, político y cultural dominante
de esos 1.591 años lo ejerció la Iglesia de manera casi absoluta.
Con el Cisma de Oriente (1054) perdió mucho, y con la disputa por el
poder con las monarquías modernas nacientes, en torno al Cisma de
Avignon (de 1378 a 1417), también. Esas pérdidas acentuaron la
reacción a las tesis de Lutero en 1517, cuando el poder político y
económico que se amparaba bajo la autoridad doctrinal del Papa se
puso en entredicho. La libertad de leer la Biblia sin intermediarios
adelantó la modernidad del conocimiento con Bacon, Galileo o
Descartes, pero la
disputa por el control político entre papistas y antipapistas
desarrolló nuevas alianzas estratégicas. Las monarquías que se
sucedieron en España ligaron su destino –y el de sus súbditos- al
prestigio papal: un toma y daca de matrimonios de conveniencia,
coronaciones, guerras de religión, reparto del destino y riquezas
de América… Reaccionarias actitudes inquisitoriales, gastos
suntuosos a espaldas de las necesidades del tercer Estado y
fundaciones más o menos piadosas acompañaron a la persecución de
lo establecido en el Concilio de Trento. Y con la Contrarreforma,
aparecieron –cómo no- los instrumentos
educativos
para acrecentar la fidelidad de los vástagos de quienes tenían
poder social: los colegios jesuíticos y su ratio
studiorum (1599)
datan
de entonces.
Y
pese a esos esfuerzos por situar el dominio eclesiástico en las
altas esferas de las decisiones políticas, de esos mimbres saldrían
algunos prohombres del pensamiento ilustrado como Voltaire. Sus
cartas filosóficas, sus peleas contra el fanatismo, sus sátiras e
ironías contra el cándido optimismo y, sobre todo su defensa de la
tolerancia y la libertad de pensamiento, de que dejó sobrada
constancia en su Diccionario
filosófico (1764),
planteaban un mundo distinto, opuesto incluso al que,
predominantemente, venía defendiendo la Iglesia. Más allá de
posiciones excepcionales, más abundantes en el clero bajo, las
actitudes en que se fue implicando prioritariamente el Papado y la
jerarquía católica desde 1789 hasta el presente ilustran bien el
“impacto” a que se refiere la Conferencia Episcopal Española al
auditar la múltiple actividad “social” de la Iglesia en España.
Permiten advertir continuidades significativas. Por ejemplo, si se
estudia de qué lado se pusieron en
la primera restauración
absolutista española, entre 1814-1820, o cuando
la Santa Alianza
envió los “100.000 hijos de San Luis”, en 1822, para “liberar”
a Fernando VII del constitucionalismo de Cádiz. La pérdida
inminente de Roma el 20.09.1870, como último reducto de poder
temporal de Pío IX, es redundante en muchos aspectos
complementarios. Elevó su autoridad doctrinal en el Concilio
Vaticano I que se estaba celebrando, y lo encastilló –como
“prisionero”- a la defensiva durante largo tiempo frente a “toda
modernidad”, como se impuso
al clero entre 1910
y 1967. La convulsión producida marcó la sensibilidad social
eclesiástica: basta ver de qué lado se puso la caridad “social”
que promovió la
Rerum
novarum
en 1891,
cuando el “movimiento obrero” llevaba más de medio siglo en
marcha e incluso Bismarck se había pronunciado a favor de un Estado
de “seguridad social” que limitara el absoluto derecho de
propiedad de la Economía política. Más cerca, y sin
entrar en cómo hayan sido o sigan siendo
las afinidades selectivas de muchos obispos, ahí están
en sus propios medios
informativos sus apoyos a doctrinas e intereses no impelidos
precisamente por las urgencias democráticas.
El
“impacto” de ahora
Sin conocer ese pasado de
hegemonía y exclusividad es difícil comprender por qué tenga
interés hablar de las relaciones de la Iglesia con la LOMCE y con un
posible pacto educativo. Más tonto es soportar un marketing
equívoco sobre aportación de recursos del Estado vía IRPF para
atraer posibles descontentos en un momento de hartazgo y desilusion
ciudadana. Si solo fuera cuestión de publicidad, esta apuesta de
Xtantos solo sería una campaña publicitaria más. E igual
cabría decir de la cuantificación del supuesto “impacto social”
que atribuye a su uso la reciente Memoria. Sería una de
tantas que inundan nuestro mundo mediático de continuo. El problema
es que, sin entrar en el detalle de sus confusos ingredientes
analíticos, metodología seguida y comparativas de lo cuantificado-,
en este asunto todos estamos implicados queramos o no, valoremos o no
lo religioso.
El contexto último de
esta publicidad es significativo. Que la Iglesia haya tenido que
encontrar alianzas dentro
del Tribunal de Cuentas para que los capítulos de lo recaudado
por esta vía de los ingresos públicos, no tuvieran que ser
detallados, o la prisa por la que la propiedad
registral de la Iglesia haya sido tan acelerada desde 1998 y a
contracorriente de muchas demandas ciudadanas, no coordinan con lo
que pretende destacar esta Memoria. Qué suceda con los
recursos públicos totales o cuáles sean sus preferencias de la
Iglesia en la distribución de lo que le proporciona el Estado son
cuestiones que ofrecen flancos bastante oscuros al “impacto” de
la actividad eclesiástica. No se sabe de excedentes ni a dónde
vayan a parar; qué tenga que ver, por ejemplo, lo que percibe
Cáritas con
lo que se invierta en publicidad e información muy discutibles…
, entre otras cuestiones a las que la ciudadanía que paga tiene
derecho a conocer.
No debiera quedar
flotando la duda de si se trata de un Estado dentro de otro Estado,
porque detrás de la casilla del IRPF a la Iglesia está que todos
los ciudadanos sostienen con sus impuestos la Religión católica y
las otras que se van apuntando. No se ciñe a una estricta
asignación voluntaria: haya o no haya crisis, lo percibido el año
anterior es obligatorio para el Estado. Y, por otro lado, además de
que también percibe de la otra casilla, la de fines de interés
social, lo aportado a través de la correspondiente a la Iglesia sólo
es una pequeña parte de lo que recibe la Iglesia del Estado –unos
11.000
millones de euros según algunas estimaciones- , sin contar lo de
los fieles que solicitan sus servicios y de los visitantes de sus
archivos y museos o patrimonio general: unos y otros han de pasar por
variadas formas de copago casi siempre, sin que se tenga control
claro de su destino ni de si revierten esas actividades a Hacienda
algún impuesto. Y si se habla de colegios, hospitales y centros
asistenciales, cualquier apreciación cualitativa de “impacto”
–del orden que sea- es gratuita si no va acompañada del
correspondiente cómputo de ingresos particulares o de carácter
público que los sostienen, además de la especificación de otros
aspectos de orden social que permitan establecer comparaciones
significativas.
La búsqueda de que
impacte mucho el “impacto” que polariza esta Memoria de
actividades debilita mucho el mensaje pretendido. Contemplada a
la luz de la larga historia que los obispos tienen detrás y no
siendo el “poder fáctico” que fueron, puede que tuviera razón
Bourdieu cuando afirmaba que “no pudiendo declararse como poder de
pleno derecho”, estén condenados “a mentirse a sí mismos y, por
esta razón, al doble lenguaje y más precisamente a los
procedimientos del doble sentido y del eufemismo, tan profundamente
característicos del discurso religioso en su universalidad” (La
sagrada Familia, 1982). No se ha de olvidar que, cuando
implican valores muy preciados como los de índole sacral, están
jugando con valores simbólicos de gran relevancia, tras los que
pretenden enmascarar tratamientos significativos de la diferencia
para fidelizar mejor al conjunto social. Desde mucho antes de la
Transición democrática, no pocos centros educativos y
asistenciales han proporcionado muchas veces este mal ejemplo.
Añádase el adoctrinamiento temprano que ansían en los centros
públicos con una enseñanza de
la Religión que vaya más allá de lo logrado en la LOMCE. Y
se entenderá que este empleo de los recursos públicos en plan
catequético resulte contradictorio con los derechos y necesidades
del común de una ciudadanía
crecientemente plural y secularizada. Tanto, que la invocación a
una “aconfesionalidad o laicidad positiva” a que hacía apelación
el Tribunal Constitucional en la sentencia aludida, es cada vez menos
sostenible con los datos del CIS en la mano.
Memoria y Evangelio
En consecuencia, cuando
el ritmo de vida interna
de la propia Iglesia Católica en España acusa problemas serios
de sostenibilidad -aparte de otros de renovación profunda de su
propia jerarquía-, es hipócrita acusar indebidamente a quienes
demanden explicaciones coherentes de comportamientos falaces o
pongan en cuestión determinados privilegios en el uso de recursos
públicos: la
“libertad religiosa” no exime de otras obligaciones cívicas
con la equidad, amén de lealtad con lo que se pretende enseñar
acerca de “los nuestros” y “los otros”. Alegaciones en pro de
la ampliación de las subvenciones a la Iglesia, como la pretextada
en esta última Memoria anual de Actividades
de la Iglesia Católica en España, requieren a estas alturas
de la película un manejo más humilde y transparente de los datos.
Ni este contexto es el adecuado para alardes, ni las resonancias
de la voz de Teodosio como si no hubiera pasado nada son el mejor
procedimiento para llegar a un sano “pacto educativo” a la altura
de un Estado de verdad aconstitucional.
Lo “caritativo” o
“benéfico”, e incluso la “acción social”, suelen pretender
hacer amables actividades o propósitos poco benignos. La
“obra social de las Cajas de ahorro” fue una adelantada en
ese terreno: desde 1834, han dejado en España abundante rastro del
sueño burgués de cómo soslayar los fuertes problemas de “la
cuestión social” sin arriesgar el orden instituido y menos el de
sus promotores. Si las obligaciones de la Conferencia Episcopal con
el “Evangelio” van a adoptar definitivamente el camino
apologético de esta política de marca debiera advertir que, si no
se traduce en prácticas más consistentes, su responsabilidad social
corporativa tendrá cada vez más difícil hacerse cargo de un pasado
tan largo como intrincado de explicar desde la habitual anfibología
expresiva de la caridad ante la pobreza. A los muchos perjudicados y
excluidos de esa historia se añade que hoy, cuando hasta existe
pobreza digital, los recursos públicos siguen siendo escasos para
una justicia distributiva fraternal.
Las instituciones hablan
por lo que hacen y los jerarcas católicos han preferido ocuparse en
promover una moral subjetiva de base religiosa, salvífica a título
individual. Podían haberse empleado en propuestas y sociabilidad que
dieran una consistencia fuerte a lo público, pero su descontento
permanente con los logros democráticos eligió erosionarlo pro
domo sua y con aliados que buscan su negocio particular. La
continuidad en esa trayectoria histórica de defensores de una
caridad aleatoria –que autopromocionen ellos mismos- resulta hoy
muy débil para que la vida de todos los ciudadanos sea vivible en
la Tierra como derecho. Cambien de onda y serán bien acogidos, como
lo han sido siempre los curas y monjas que se han comprometido de
verdad en el esfuerzo común. Empiecen, por ejemplo, promoviendo una
consultoría independiente que evalúe en qué medida no compartir
pupitre en la niñez y adolescencia genera ciudadanos/as de distintas
categorías, concernidos/as por desiguales reglas tipológicas de
conducta y de género. Tal vez haciendo avanzar la historia
educativa, puedan hacer creíble –más allá de un círculo
incondicional- algo del “impacto” que pretenden...
TEMAS: Igualdad.
Fraternidad. Justicia distributiva. Caridad. Beneficencia. Escuela
publica. Escuela privada. IRPF. Laicismo. Aconfesionalidad.
Concordatos. Catolicismo.
Manuel Menor Currás
Madrid, 07.06.2017
5 jun 2017
A equidistancia tamén está de moda. En Educación, como no demais
O suposto
“diálogo” para un “pacto” é magnífica ocasión para saber
quen aspiran a postos máis rendibles. Molestar ao institucionalismo
dominante non é produtivo.
Tamén esta actitude é moi frecuente nos humanos. Case nunca é o contrario da distancia, senón un modo de aparentar que non se está cuns nin con outros; coma se mostrarse descomprometido non fose unha forma de aparentar neutralidade sen perder pé en posicións adquiridas. Escusas e pretextos para a equidistancia non faltan no transcurso da vida:
-Fillo, non te perdas -dicían as nais cando nos sesenta se empezaba a protestar polo inmobilismo gris-.
-Estou desengañado do
que soñara cando era mozo, imaxinamos -din agora-; “á
miña idade non debo desentoar”
A desfachatez equidistante
Soaralles aquilo de que na guerra os dous bandos foron iguais; ou que todos os políticos tamén, xa se sabe. Recordárono recientemente investigadores avezados nos saltos intelectuais que axudan a estar onde supostamente están novelistas e escritores pillados en renuncios porque o “inapropiado” podería prexudicar subvencións ou apoios mediáticos que, á súa vez, puidesen redundar desventaxosamente no ranking da estima simbólica. Cantos escriben saben que optar por unha perspectiva silencia outras, pero tamén se é decente unha interpretación dos asuntos a conciencia de que se ocultan os xeitos de ver ou conmemorar rigorosas, capaces de explicar documentadamente o acontecido. Elixir o oportunista adoita abundar cando se teñen expectativas persoais; non aporta luz ao mellor entendemento das cuestións, pero promociona ao manobreiro que rendibiliza a tranquila traxectoria inmutable de conviccións establecidas.
Esa equidistancia adoita ser, tamén, a escusa dos quen foron pillados nalgunha inconveniencia que, sen responder exactamente aos cánones xurídicos do corrupto, enturba o decente. Xeran as desculpas que abrollan para intentar tapar o buraco de sospeitas que se agranda e algunhas, como a de Celia Villalobos respecto de que houbese unha ansiedade por que os dirixentes fosen pobres de solemnidade, engaden prepotencia señoritil, ofenden por estúpidas e fartan pola súa hipocrisía, o que sempre cheira mal. Adoitan desenvolver moito esta actitude igualmente moitos comentaristas en idade e situación de merecer, e máis agora en que manterse en tales traballos é máis azaroso que en época feudal. Que a un o boten pola fiestra no canto de que lle fagan saír pola porta non adorna o bo currículum, e ante o risco de expoñerse coa verdade que deberían dicir honestamente, mellor se subrogan a conveniencia de quen paga. A prudente equidistancia fai ascender na escala meritocrática do oportunismo e confirma que nadar e gardar a roupa, manter o término medio -aínda que sexa o máis contrario a verdade- trae prestixio. Os equilibristas sempre deron boa fama aos circos.
Innovadores en proceso
Con motivo do suposto “diálogo” para un posible “Pacto político e social en Educación”, entre os 82 comparecientes chamados a opinar destacan os expertos nestes equilibrios dunha “arte da guerra” digno de Sun Tzu. Poucos coñecen os problemas reais que ten o sistema educativo e, en particular, os que coartan ao sector estrictamente público: cáelles lonxe da súa experiencia vital. Pero é igual: o formato desta Subcomisión está deseñado para que todo valla e que a proposta final sexa un curta e pega aleatorio, sen que consten os criterios a que vaia obedecer. Destacan por iso os comparecientes que falan por boca de ganso, o que fai, ademais, que sexan bastantes os que, sabendo destes asuntos, cóntanos desde esa posición equidistante que tanto vale para un roto como para un descosido propiciando que continúen incólumes.
A destes é unha virtuosa contribución a que o existente prosiga. Se de paso encumían o seu hipotético prestixio persoal, poden labrarse un futuro, mellorar a súa economía e conseguir algunha medalla. Ademais da establecida divisoria do sistema educativo, hai editoriais consolidadas e outras perspectivas de negocio -de alcance internacional- que anceian aumente a desregulación do sistema, propicio para pretextos innovadores en formato de compras de software cada vez máis sofisticado, cursos de formación online, soportes digitais e instrumentos TIC de diversa envergadura para un ensino -din- máis acorde cos tempos actuais. Universidades hai e institucións de diversa tradición que xa non dubidan en xogar con este modo de “innovar”, unha actitude de moita rendibilidade en perspectiva.
Neste tránsito fan falta mans e cerebros que, en debates, presentacións, feiras e propostas de “pacto”, propicien tales fórmulas de “emprendimento” en que un sistema público de calidade probada non prospere. É unha ocasión de ouro para que as mentes máis listas e sen demasiadas rémoras utópicas en torno ás posibilidades da educación poidan lucirse e ser cooptadas. Os máis perspicaces avizoran ben estas ocasións. Na madurez, logo de longos anos en traballos que talvez lles deron nome pero fraca rendibilidade a outras ambicións, as azarosas ondas de opinión e poder posibilítanlles saír das súas caladas rutinas. E cara alí reorientanse para non perder comba, con leves xiros conceptuais e algunha apostila anecdótica nas súas intervencións que, cando menos, semente o ruído no posible debate. Mestres na equidistancia, tratan de sentar cátedra, pero no sentido máis oposto ao que en sa produción intelectual cabería, autocompracentes na súa deriva de aparencia transgresora.
Escola pública de quen
O casting de políticas educativas da Carreira de San Xerome posibilita ao lector estar ao tanto destas equidistancias exquisitas. Poderá observalas se presta atención ao uso significativo que se fai de conceptos como “Educación”, “Ensino”, “Instrución”, “Pedagoxía”, “Sistema educativo”, “Educación pública”, Educación privada?, “Educación concertada”, “Relixión”, “Educación ilustrada”., “Mestre”, “Profesor,” “Profesional docente”, “Traballador docente”, “Estatuto docente”, “Formación docente”, “Xestión de centros educativos”, “Gobernanza de centros educativos”, “Comunidade educativa”, “Proxectos educativos”, “Investimento educativo”, “Custo inversor”, “Igualdade de oportunidades”, “Eficiencia”, “Xestión”, “Gremialismo”, “Rendibilidade educativa”... Parecen moitos pero só son unha leve mostra dun dicionario que case sempre adoita ser un gran enredo nominalista que funciona máis como “ficcionario” para distraer a posibles adversarios: todo moi escolástico. Logo, aínda hai que ver como se traba e relaciona todo -sen contradicións-, para que, entre tanta complexidade de asuntos que se entrecruzan no día a día da educación real e os seus resultados, acertar na combinación. Non é fácil construír a máis adecuada para lograr un sistema que sexa xusto, libre e equitativo, acorde coa convivencia democrática que desexamos para a nosa sociedade. Teoricamente é dos cidadáns, pero imaxínense que poden e queren que sexa un sistema educativo en que as potencialidades de todos os nosos nenos e mozos poidan desenvolverse o mellor posible e nunhas circunstancias de convivencia óptimas. Terán moitas claves prácticas para entender que o que lles conten ou añoren os que se expresan con tanta locuacidade repetitiva e cansina sobre estes termos, pode ser unha tomadura de pelo, en que a equidistancia estea moi colgada de intereses particulares e case nada do ben común dunha democracia educativa.
Non esquezan que levamos intentándoo desde 1857 e que falta moito. Un pouco de seriedade. Que non lles fagan tragar, por exemplo, que todo o sistema educativo é público cando as posibilidades de ir a uns ou outros centros escolares e universitarios están, en xeral, condicionados por situacións anteriores ao nacemento dos individuos. Ou cando, baixo a aparencia formal de que un centro se diga público, as formas de segregación internas poden ser tan perversas como as dalgúns centros de xestión máis privada. Para aclarar cuestións principais como estas podemos preguntarlles aos 580.000 “nenos da chave” que, segundo EDUCO, terán un verán problemático porque os seus pais teñen empregos precarios. Esa miseria, que tanto limita o que podería aportarlles a escolarización, xa afecta en España -segundo un estudo dos pedagogos sociais- ao 30% da poboación infantil, unha taxa que veu crecendo desde o inicio da crise e que nos sitúa no posto 31 de 35 países europeos en pobreza infantil relativa. De parte de que expertos nos habemos de poñer para que esa lacra desapareza? Liquidaraa a man invisible do mercado ou un pacto caritativo que non apunte a fortalecer unha boa escola pública que sexa expresión viva da solidariedade colectiva? Como se imaxina vostede un futuro en que os nenos se clasifiquen dende pequeñitos en varias categorías segundo onde nazan, ademais doutras que a LOMCE tamén lles asigna?
TEMAS: Sistema educativo. Educación pública. Educación privada. Expertos educativos. Pacto educativo. Equidistancia interpretativa.
Manuel Menor Currás
Madrid, 31/05/2017
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