Carlos Taibo
Profesor de Ciencia Política na Universidade Autónoma de Madrid.
* Este texto é parte da revista América Latina en movimiento,
No 472, correspondente a febreiro do presente ano e que trata sobre
"Educación, xustiza social e ambiental" (http://alainet.org/publica/472.phtml)
1. Si hay que reseñar los
grandes rasgos que determinan de manera
muy poderosa el panorama político, económico y social en la Unión
Europea de estas horas, los cinco que se antojan provisionalmente más
relevantes son los que siguen.
-
El despliegue de agresiones cada vez más ostensibles contra la
clase media. Esta última, la joya de la corona de los Estados del
bienestar, se está viendo sometida a los envites más duros desde la
segunda guerra mundial. De resultas, una parte significativa de sus
integrantes está experimentando un activo proceso de desclasamiento. La
manifestación más relevante de su reacción la configuran, hoy, los
movimientos llamados de los indignados, que a menudo exhiben discursos
sorprendentemente radicales en su contestación del orden existente.
-
El silencio con que la mayoría de los trabajadores asalariados
está respondiendo a las agresiones que instituciones financieras y
gobiernos protagonizan. La palabra que mejor retrata ese silencio, o la
que mejor lo explica, es “miedo”. Los trabajadores asalariados temen
perder sus puestos de trabajo, concebidos, pese a los recortes, como
genuinos privilegios. La ausencia de reacción en este mundo tiene su
mejor reflejo en la actitud timorata y huidiza que muestran las grandes
fuerzas sindicales, a menudo conniventes con las instituciones
financieras y los gobiernos.
-
Lo que antaño supuso la socialdemocracia -un proyecto de gestión
aparentemente civilizada del capitalismo- se ha diluido en la nada. Si,
por un lado, las fuerzas políticas que otrora se autocalificaban de
socialdemócratas han acatado sin hendiduras la propuesta neoliberal y
han realizado a menudo el trabajo sucio que la derecha tradicional no se
atrevía a desplegar, por el otro las políticas keynesianas
tradicionales se topan hoy con un problema severo: la principal
diferencia, en este terreno, entre la crisis de 1929 y la del momento
presente la aporta el hecho de que en estas horas el problema de los
límites medioambientales y de recursos del planeta tiene una condición
imperiosa de la que obviamente carecía ochenta años atrás.
-
El capitalismo parece haberse adentrado en una etapa de corrosión
terminal. Siendo como es -ha sido- un sistema que históricamente ha
demostrado una formidable capacidad de adaptación a los retos más
dispares, la gran disputa hoy es la relativa a si no está perdiendo
dramáticamente los mecanismos de freno que en el pasado le permitieron
salvar la cara. Si llevado, por decirlo de otra manera, de un impulso,
al parecer incontenible, encaminado a acumular espectaculares beneficios
en un período muy breve no está cavando su propia tumba, con el
agravante, claro, de que dentro de esta última puede estar la especie
humana como un todo. La propia condición de sistema eficiente -injusto y
explotador, sí, pero eficiente- que ha caracterizado desde mucho tiempo
atrás al capitalismo se halla hoy en entredicho en un escenario en el
que los defensores del proyecto neoliberal no dudan hoy en reclamar,
para sus empresas, golosas ayudas públicas.
- También han entrado en crisis las descripciones cíclicas de los
hechos económicos, que sugieren que después de una etapa de recesión por
fuerza habrá de llegar otra de bonanza a la que seguirá antes o después
una nueva recesión, y más adelante una renovada bonanza…
Hora es ésta
de preguntarnos si no nos estamos enfrentando a un escenario de crisis y
recesión sin fin, tanto más cuanto que la mayoría de los gobiernos,
para hacer frente a la primera, están desplegando orgullosamente las
mismas recetas que nos han conducido a un auténtico callejón sin salida.
Ante semejante panorama hay que tomar en serio la perspectiva de que,
acaso por primera vez de manera sustanciosa, se asienten poderosos
movimientos críticos en un escenario de manifiesta recesión. No está de
más subrayar, por cierto, que el propio concepto de crisis tiene una
inequívoca vinculación con el imaginario de los países del Norte. Como
quiera que en los del Sur la crisis es una realidad permanente e
insoslayable, el perfil del concepto, por lógica, se desvanece.
2. Así las cosas, ¿
cuál es el entorno de muchos de los debates que
rodean a la educación? En un momento como el presente hay que mencionar
el respecto media docena de discusiones importantes.
La primera se refiere a
la naturaleza del proyecto general que hay
que oponer a las estrategias de mercantilización y privatización que
pretenden desplegar quienes toman la mayoría de las decisiones relativas
a la educación. Ese proyecto puede ser meramente antineoliberal o
exhibir, por el contrario, un carácter francamente anticapitalista. En
el primer caso probablemente estaremos condenados a contestar en
exclusiva la epidermis del sistema sin ir al fondo de los problemas. No
está de más recordar que se puede ser antineoliberal sin ser, al tiempo,
anticapitalista: se puede repudiar el neoliberalismo por entender que
es una versión extrema e indeseable del capitalismo sin rechazar, en
cambio, la lógica propia de este último.
La segunda se enfrenta
a la eterna disyuntiva entre lo público y lo
privado. Naturalmente que hay que defender la pervivencia de una
enseñanza y de una sanidad públicas. Pero conviene saber que esa
defensa, sin más, no es suficiente. Hay que etiquetarla agregando
adjetivos que permitan precisar su sentido concreto. Y al respecto los
dos que mejor le vienen a cualquier propuesta que desea incorporar un
carácter transformador y alternativo son los que hablan de una enseñanza
pública ‘socializada’ y ‘autogestionaria’. Al respecto no debe
olvidarse que la enseñanza pública,
per se, no es garantía de
nada: nunca se subrayará de manera suficiente que una enseñanza pública
que no tenga un carácter socializado y autogestionario bien puede ser un
mecanismo más de reproducción de la lógica del capital.
La tercera nos recuerda que, desgraciadamente, no faltan las
fuerzas sindicales que han experimentado -ya lo hemos apuntado- una
lamentable integración en las lógicas de los sistemas que padecemos. Son
tres las preguntas que hay que hacer a esos sindicatos. La primera se
refiere a cómo trabajamos. Las palabras ‘alienación’ y ‘explotación’ han
desaparecido a menudo del lenguaje de los sindicatos, y eso que guardan
una relación estrechísima con la naturaleza de nuestra vida cotidiana,
dentro y fuera de los centros de trabajo. La segunda nos interroga por
el para quién trabajamos. Son muchos los sindicatos que, a diferencia de
lo que ocurría antaño, no parecen apreciar otro horizonte que el que
aporta el capitalismo. La tercera, y última, plantea, en suma,
qué es lo
que hacemos, qué es lo que producimos, no vaya a ser que nuestra
actividad de hoy ponga en peligro los derechos de las generaciones
venideras y, con ellos, y también, los de las demás especies que nos
acompañan en el planeta Tierra.
La cuarta subraya la importancia de transcender los proyectos que,
por unas u otras razones, lo son estrictamente de corto plazo. Si se
trata de enunciar de otra manera lo anterior, bueno sería que en todas
las iniciativas se recogiesen tres grandes tareas que a menudo, y en el
Norte opulento, quedan en el olvido. La primera de esas tareas subraya
la necesidad de incorporar en todo momento a nuestras propuestas la
dimensión de género; nunca recalcaremos de manera suficiente que el 70%
de los pobres presentes en el planeta son mujeres, víctimas de atávicas
marginaciones materiales y simbólicas. El segundo imperativo señala que
los derechos de esas generaciones venideras que acabamos de mencionar
deben ocupar siempre un primer plano; si vivimos en un planeta con
recursos limitados, no parece que tenga sentido que aspiremos a seguir
creciendo ilimitadamente, tanto más cuanto que sobran las razones para
recelar de la fraudulenta identificación, que se nos impone, entre
consumo y bienestar. La tercera demanda que debe revelarse en todo
momento se vincula con los derechos de los habitantes de los países del
Sur, no vaya a ser que en el Norte procedamos a reconstruir nuestros
maltrechos Estados del bienestar a costa de ratificar viejas, y muy
conocidas, relaciones de exclusión y explotación.
En quinto término es obligado subrayar que todos los movimientos
sociales tienen que encarar, en su definición, dos posibles horizontes.
El primero pasa por la perspectiva de articular
propuestas que cabe
esperar sean atendidas por los interlocutores políticos. El segundo, en
cambio, reivindica el establecimiento de espacios autónomos en los
cuales procedamos a aplicar reglas del juego diferentes de las hoy
imperantes. Si la primera de las dimensiones es muy respetable, parece
que el concurso de la segunda resulta literalmente insorteable.
La
voluntad de empezar a construir desde ya, sin aguardar permisos ni
componendas, sin esperar a eventuales tomas de poder, un mundo nuevo es
una tarea inexcusable -entre otras razones por su dimensión pedagógica-
para cualquier movimiento que aspira a transformar la realidad.
Una sexta cuestión, muy vinculada con la primera de las ya
mencionadas, nos habla de nuestras posibilidades de acción y reacción
frente al colapso general del capitalismo que tantos intuyen muy
próximo. De nuevo se aprecian dos percepciones distintas en los
circuitos de pensamiento crítico. La primera, crudamente realista,
señala que la única posibilidad de que la mayoría de las personas
despierten y se percaten de la hondura de los problemas es que se
produzca, sin más, el colapso en cuestión. Téngase presente, claro es,
que semejante horizonte, el del colapso, se traducirá por fuerza en una
espectacular multiplicación de los problemas que hará extremadamente
dificultosa la resolución de estos últimos. La segunda percepción, de
cariz visiblemente voluntarista, sugiere, a tono con algunas de las
observaciones que hemos realizado, que se hace necesario apostar por un
urgente abandono del capitalismo, de la mano, ante todo, de la
generación de esos espacios de autonomía a los que antes nos hemos
referido.
3. Un llamativo reflejo del escenario educativo de la Unión Europea
en el inicio del siglo XXI lo proporciona la aplicación del llamado
Plan Bolonia en las universidades públicas de los Estados miembros.
Recordemos, antes que nada, que a tono con todas las políticas en curso,
el plan en cuestión acarrea una
franca apuesta en provecho de la
privatización y la mercantilización de la vida en las universidades.
Importa subrayar, sin embargo, que el plan que nos ocupa fue
aprobado en un momento de relativa holgura presupuestaria pero está
siendo aplicado en otro de visibles estrecheces, con lo cual es fácil
apreciar su resultado principal: un incremento sustancial del caos que
ha hecho que el despliegue de lo acordado en Bolonia a duras penas sea
funcional para la lógica y los intereses del capitalismo. Ni las
empresas están penetrando en las universidades ni se están formando los
licenciados tecnocratizados y sumisos que se esperaba lanzar al mercado.
Si el capitalismo exhibiese la misma capacidad de reacción que mostró
en el pasado, habría puesto freno a la aplicación de un plan que,
conforme a las reglas actuales, más bien parece que se vuelve en su
contra.
En estrecha relación, una vez más, con el escenario general, lo
suyo es añadir que, lejos de aprender de la experiencia correspondiente,
los dirigentes políticos europeos prefieren huir hacia delante. Eso es
lo que parece suponer la llamada
Estrategia Universidad 2015, que
emplaza el negocio muy por encima del rigor académico al tiempo que
contempla con descaro la posibilidad de que la dirección de las
universidades públicas quede en manos de gestores privados.