Con Rajoy en Doñana, pudimos oír
una de las mejores interpretaciones de la reforma educativa que
quiere el PP, cuando el puzzle de decisiones de Wert está a punto de
ser completado por Méndez de Vigo… y Marina
No sé si, a estas
alturas de la semana, se puede sacar algo en limpio todavía del
debate del lunes a cuatro bandas que, en realidad, era a tres y pico.
El del atril vacío estaba en Doñana, seguramente repasando el
obsequioso vídeo de lo sucedido en casa de Osborne con el hervido de
mejillones y aquella llaneza cómplice entre hombres ibéricos. Si
todo se queda ahí hasta el 20-D, mal asunto, mero marketing
americano sin lo que en EEUU es posible: un debate abierto y sin
anteojeras. Este debate sin Rajoy no tuvo nada de “decisivo”,
como publicitaba ATRESMEDIA, y mucho de oportunista. Si por sacar
algo en limpio se entiende claridad programática, la sensación fue
que había aumentado la oscuridad sobre los asuntos que más nos
preocupan. Lo que se dijo allí dejó muy flojo casi todo y, aunque
fueran jóvenes, ya sonaba a viejo. No estaba en el cronograma
mencionar todavía pactos acordados: que cada cual juegue a las
quinielas a ver qué pasa..
Quedaron claras, de todos
modos, algunas cosas. La principal -comentada por J. Carlin a renglón
seguido del debate anterior en El País- que pase lo que pase
en las próximas elecciones, el futuro político de España parece
que vaya a estar en manos bastante mejores de cómo ha estado en los
últimos años. No estrictamente por juventud, que también, sino por
frescura en el debate y porque, en general, estos tres candidatos
jóvenes tienen bastante más conocimiento y capacidad para
entenderse que quienes les han precedido. Por este lado, merece la
pena felicitarse.
Encorsetamiento
El debate en sí no podía
ir muy lejos por el formato elegido. Sobraba encorsetamiento. Sobraba
el autobombo de quienes patrocinaban el invento. Sobraba el rodear el
asunto de una parafernalia de concurso, con banderitas y personal ad
hoc, entrenado para el aplauso chillón. Sobraban muchos de los
comentaristas de relleno, muy de otra época y algunos a tono con el
aznarismo visigótico. Y a los presentadores, también les sobraban
unas cuantas rigideces: encantados de sí mismos, coartaron la
fluidez del programa. Por sobrar, también pareció bastante
despropósito la anormalidad de hacer estar de pie a cuatro personas
durante dos horas, para que pudieran demostrar su capacidad física
sin que ello añadiera nada a su capacidad mental.
Lo de “Debate decisivo”
aludia subliminalmente a la importancia de la casa que acogía el
evento, sin que nadie explicara el por qué de la exageración.
Sabido es que el cuarto poder siempre ha intentado tener eso, poder.
También es conocido que el Grupo Planeta tiene mucho poder, de todo
tipo y con apetencia de tener más. Lo del lunes puede ser un
aperitivo o una demostración según se mire. Y puede ser las dos
cosas, lo que ya sería más preocupante. Especialmente, si los
invitados estaban al loro de la tramoya y los telespectadores sólo
estábamos a divertirnos sin advertir el desmán.
Dos aspectos colaterales
sugirieron las aulas escolares. El primero, lo de estar de pie tanto
tiempo. Es una prueba que descoloca a cualquiera. Para los profes es
una postura muy conocida, espontánea en la mayor parte porque les
ayuda a coordinar y, si hace falta, controlar un espacio con
pluralidad de sujetos y diversidades de todo tipo. Facilita la
comunicación, el diálogo corporal, la visualización rápida de las
cambiantes situaciones. A dos de los actuantes se les notó que
tenían tablas y que no se sentían especialmente incómodos: Pablo,
sobre todo, y Pedro. Soraya estuvo muy envarada –no es igual que
ejercer como portavoz detrás de una mesa- y Rivera no sabía dónde
meter las manos y los nervios. Si la comunicación política se va
acercar a las formalidades de las aulas, es probable que se haga más
rígida y regresiva. Es conveniente advertirlo. Un aula, aunque deba
entrar el aire en ella, puede ser y es con excesiva frecuencia una
burbuja ajena a la realidad.
Reformas
intercambiables
El otro apunte –fuera
de guión éste- tuvo lugar exactamente a las 10,43. En terminología
de los nuevos medios, debió haberse convertido en “viral” algo
que dijo Soraya: “¿qué no les gusta de esta reforma laboral?”.
Hablaban en aquel momento de la reforma educativa. De lo que nos
traía la LOMCE, supongo, y de lo bonita que era, pues es la única
propuesta que tiene el PP para el 20-D: la continuidad de lo que tan
mal ha empezado. Y el subconsciente de Soraya afloró. Es lo mejor
del directo, que, a veces, permite ver qué piensan –sin retórica-
nuestros supuestos representantes políticos acerca de lo que hacen.
En esos caso de descuido y guardia baja, es cuando más aprendemos
los ciudadanos del común. En este caso, la vicepresidenta dijo lo
que de verdad piensan estos conservadores, amigos del quiero y no
puedo y de dar gato por liebre. “La reforma educativa del PP –vino
a decir- es una reforma laboral encubierta o su antesala, si
prefieren”.
Hay tres aspectos que se
pueden leer en la LOMCE por los que se puede entender muy bien por
qué se trata de una reforma laboral para los chavales, anticipadora
de lo que les espera cuando pasen de los 16 años. Observen qué tipo
de alumnos prefiere: se ve de varias maneras, pero más si se fijan
en la cantidad de obstáculos que han de salvar para lograr una
cualificación profesional más o menos decente. Si tienen
oportunidad de leer el “Libro blanco” de 1969 que precedió a la
Ley General de Educación, podrán comprobar que era más avanzado
aquello. En segundo lugar, la LOMCE propone un tipo de centros muy
peculiar, con un tipo de gobierno mucho más jerarquizado al dictado
de la Administración y una relación hacia los profesores más como
peones que como profesionales. Principalmente atentos no a lo que
necesiten los alumnos, sino quienes les vayan a evaluar, que será
gente de fuera -probablemente alguna agencia contratada-, los
profesores pintarán poco en esta historia. Por eso Marina propugna
una reforma laboral fuerte de sus trabajos, no sea que la pieza que
están preparando en la fábrica escolar, crecientemente parecida a
una cadena de montaje taylorista, no salga bien torneada. Y en tercer
lugar, podrá observa que cuando hablan de excelencia y mejora del
sistema, sólo se refieren a “los selectos”: los demás apenas
tiene espacio en esta ley. Bueno, si son niños o niñas y si van a
ir a Religión o no, eso les preocupó mucho: es otra forma de ir
seleccionando. Esto de la “excelencia” lo han heredado de quienes
más mandaban en la enseñanza en la España canovista. La “formación
de selectos” era una metodología muy bien estructurada ya
entonces. Especialmente apta para dar cuerpo a su particular modo de
entender “la libertad de enseñanza”. Y todavía podrá ver en
la LOMCE una cosmogonía que le puede gustar mucho por lo esotérica
que es. Cómo suben, bajan o desaparecen unas y otras asignaturas,
sobre todo las que más pueden ayudar más a pensar y disfrutar del
sentido de la vida. Verá que no le hablo de Educación para la
ciudadanía, esa cosa que debe ser horrible en toda Europa y que aquí
hemos pensado que era mejor quitarla de en medio: la vida es bella,
no hay violencias, nuestros niños ya nacen preparados para hacerlo
todo maravillosamente y, si no, Dios proveerá. La escuela no tiene
nada que rascar en esto de la convivencia colectiva, pues todos los
papás y mamás son, como es natural, muy buenas personas. Con acatar
lo que nos manden tan ricamente.
El novísimo “libro
blanco”
Y en esto apareció la
panacea. Pueden descargarla en la Web del MECD si tienen ganas de ver
cómo se puede hacer peor lo que debería hacerse bien. Sin duda
encontrarán algún punto, o varios, en que estarán de acuerdo. En
el erial que han tenido al profesorado desde el año catapún, es
decir, desde que se encargaron prácticamente desde siempre de que
su profesionalidad fuera de lo más fluctuante, apta para cualquier
arbitrariedad, no será difícil que no haya algo de interés en este
otro librito de Marina. De interés, claro, para algo colateral,
porque el problema es el conjunto y, sobre todo, la nula sensibilidad
con el trato que han dado a este colectivo de 864.750 personas
durante estos cuatro años mientras tienen que atender a 8.083.994
alumnos. Ahora quieren un “debate nacional”, dicen, y con afán
de “consenso” cuando nunca consensuaron nada en asuntos
educativos y cuando lo “nacional” lo han entendido siempre de
manera coercitiva. Lo único que llegaron a pactar un poco ha sido el
art. 27 de la Constitución y así está el pobre, contradictorio en
sí mismo. Quien pueda avivar la memoria, recordará que a punto
estuvo de no salir adelante aquello y justo por este articulito. Pues
bien, esta buena gente ahora pretende que ha llegado el momento del
“diálogo”, cuando de reforma laboral de los currantes de la
enseñanza se trata.
¿Les suena bien esta
música? ¿Con quién quieren dialogar? ¿De qué? ¿Para pretextar
que ya querían dialogar y que los otros no quieren? Suena a
infantilismo de colegio. Pero pasa con esto como con el “crecimiento
económico” y con tantas otras palabras estupendas con que masajean
nuestros oídos para que les queramos. Razón fundamental: lo saben
hacer todo bien sin perder el tiempo con nadie. Claro que también
puede suceder que usted no quiera tragar con que le impongan lo que
les venga bien a ellos. La cuestión es si preferimos una oligarquía
o una democracia. Preguntaba Rajoy a Bertín si le creía aburrido…
¡Vaya, vaya! Tener que estar siempre a vueltas con esto sí que lo
es. Y el lapsus de su segunda de abordo lo confirma. Conclusión:
parece que volvemos a donde siempre y si sigue esta gente mandando se
podrá comprobar mejor. ¡Atentos al 20-D!
TEMAS: Elecciones
generales, Políticas educativas, LOMCE, Libro blanco, Papel de los
profesores, Selección del alumnado, Calidad educativa, Diálogo
político.
Manuel Menor Currás
Madrid, 11/12/2015
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