A opinión dos docentes...non conta?

19 nov 2011

Cipayos

 

                                                                                                       Manuel Menor Currás

Escribo este papel antes del día 20-N, fecha que, de cumplirse las predicciones de los gurús de la sociología  de campo,  puede marcar  un hito en la historia de la post-transición y lo será sin duda en la de la educación española.

 Ayer, día 17 de noviembre, fue el octavo día de huelga  de los docentes de la enseñanza pública madrileña y, anteayer,  mientras las manifestaciones y actos variopintos en favor de este segmento del sistema educativo ya se sumaban por centenares -y probablemente miles si se cuentan  los habidos desde el mes de julio-,  la Presidenta de esta Comunidad, sorda y ciega a tanto sonido de coloración verde,  no sólo no se daba por enterada sino que, una vez más, aprovechaba para cargar contra sus cabreados  funcionarios  docentes y, directamente,  contra  sus sindicatos . Según ella, “no saben qué hacer para tratar de justificar  una huelga a todas luces política”,  agudeza calificativa ésta que parece considerar  el propio trabajo  que ella representa  -político, ¿no?-   como  si de algo vitando se tratara.

No es la primera vez que  suelta el mismo adjetivo para sacudirse de encima el prolongado sarpullido de esta erisipela callejera  que le ha surgido como extensión  del descontento que las decisiones consentidas a su Consejera de Educación han generado. Tampoco es momento para recordarle qué entendía Aristóteles por ciudadano o qué significa, de base, la terminología ateniense  para  fundamento de la democracia, algo que a este ritmo habrá que erradicar  de los mínimos que sus alumnos de 1º de ESO tienen que aprender.  Pero en todo caso, mal rollo es que esta señora  -y no es la única-  aproveche los follones que ella misma provoca para construirse un juguete mediático.  Porque en este envite  estoy convencido de que perdemos todos y la única que sale  beneficiada es ella y sus íntimos. Sucede siempre que se degrada un bien colectivo de todos. En este caso, la enseñanza pública  que hemos logrado construir en el transcurso de los últimos 30 años. Dentro de muy poco,  le tocará el turno a la magnífica agua que sirve el Canal de Isabel II.

Su sordera selectiva y su hoja de ruta privatizadora vienen de atrás.  Hace ya algún tiempo, uno de sus próximos , ex-profesor de Secundaria en un instituto público  -el escribidor de sus réplicas cuando aquella toma de posesión conflictiva, tras el “tamayazo”,  que le catapultó a la jefatura de su gabinete-, confesaba a una amiga  del antiguo  centro educativo,  disgustada por las medidas que pronto empezaron a tomar:  “no será tan grave cuando no os veo protestar  en la calle de Alcalá, ante la Consejería”.  Es posible que quien ahora es alto consejero de esta Presidenta,  antiguo mal alumno de Matemáticas repescado para Lengua  in extremis por su tío Arias Navarro, tenga en sus oídos  el jugueteo  semiácrata  de que podía jactarse ante sus compañeros cuando los grises  entraban a saco en las Facultades  al grito de “disuélvanse”. Reconvertido a las labores de cipayo,  se ha olvidado de la auténtica música que motivaba  aquellos estropicios . Tal vez se esté armando un lío sinfónico cuando un día sí y otro también resuenan los gritos continuos de protesta ante la Consejería . La autenticidad  de  las asonadas  nada divertidas -que van in crescendo- podría garantizársela su propia mujer.  Profesora de Matemáticas  de  perfil adaptado al  determinismo de cierta libertad digital,  algo sabrá del pitagorismo musical, salvo que el actuar de viceconsejera se lo impida. Es una estafa auditiva que no oigan ni distingan  lo claro que les vienen  cantando determinadas cosas.

Deben pensar ahora que, como en los setenta, tras una huelga y otra huelga, un follón y otro follón, los profesores estén jugando -como cuando  chicos de entonces-  a montarse sucedáneos de las clases lectivas; que lo que quieren  es armar un poco de bulla para romper  la aburrida y excesiva  carga lectiva que les han impuesto arbitrariamente.   Lo de aquellos años lo cuenta deliciosamente Llovet  en su Adiós a la Universidad (Círculo  de Lectores, 2011), cuando recuerda que, después de que pasaba la policía, “todo seguía más o menos igual, con la excepción de las medidas represivas...”. Lo de estos cipayos   consiste,  de momento, en tratar de sostener, hasta que se marcha  el último  manifestante,  un silencio estruendoso, sólo interrumpido por sus propias  ortodoxias ante los medios que les miman,  mientras esperan que  el 20-N les sea propicio para seguir trepando.  Se olvidan de la desgraciada  contradicción  de la servilleta que quiso ser mantel  y no miran que  dejan a su paso renovadas variedades  represivas  sobre lo mismo.
                                                                                                          (Madrid, 18/ 11/ 11)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario