Manuel Menor Currás
Escribo este papel antes del día 20-N, fecha que, de cumplirse las predicciones de los gurús de la sociología de campo, puede marcar un hito en la historia de la post-transición y lo será sin duda en la de la educación española.
Ayer, día 17 de noviembre, fue el octavo día de huelga de los docentes de la enseñanza pública madrileña y, anteayer, mientras las manifestaciones y actos variopintos en favor de este segmento del sistema educativo ya se sumaban por centenares -y probablemente miles si se cuentan los habidos desde el mes de julio-, la Presidenta de esta Comunidad, sorda y ciega a tanto sonido de coloración verde, no sólo no se daba por enterada sino que, una vez más, aprovechaba para cargar contra sus cabreados funcionarios docentes y, directamente, contra sus sindicatos . Según ella, “no saben qué hacer para tratar de justificar una huelga a todas luces política”, agudeza calificativa ésta que parece considerar el propio trabajo que ella representa -político, ¿no?- como si de algo vitando se tratara.
No es la primera vez que suelta el mismo adjetivo para sacudirse de encima el prolongado sarpullido de esta erisipela callejera que le ha surgido como extensión del descontento que las decisiones consentidas a su Consejera de Educación han generado. Tampoco es momento para recordarle qué entendía Aristóteles por ciudadano o qué significa, de base, la terminología ateniense para fundamento de la democracia, algo que a este ritmo habrá que erradicar de los mínimos que sus alumnos de 1º de ESO tienen que aprender. Pero en todo caso, mal rollo es que esta señora -y no es la única- aproveche los follones que ella misma provoca para construirse un juguete mediático. Porque en este envite estoy convencido de que perdemos todos y la única que sale beneficiada es ella y sus íntimos. Sucede siempre que se degrada un bien colectivo de todos. En este caso, la enseñanza pública que hemos logrado construir en el transcurso de los últimos 30 años. Dentro de muy poco, le tocará el turno a la magnífica agua que sirve el Canal de Isabel II.
Su sordera selectiva y su hoja de ruta privatizadora vienen de atrás. Hace ya algún tiempo, uno de sus próximos , ex-profesor de Secundaria en un instituto público -el escribidor de sus réplicas cuando aquella toma de posesión conflictiva, tras el “tamayazo”, que le catapultó a la jefatura de su gabinete-, confesaba a una amiga del antiguo centro educativo, disgustada por las medidas que pronto empezaron a tomar: “no será tan grave cuando no os veo protestar en la calle de Alcalá, ante la Consejería”. Es posible que quien ahora es alto consejero de esta Presidenta, antiguo mal alumno de Matemáticas repescado para Lengua in extremis por su tío Arias Navarro, tenga en sus oídos el jugueteo semiácrata de que podía jactarse ante sus compañeros cuando los grises entraban a saco en las Facultades al grito de “disuélvanse”. Reconvertido a las labores de cipayo, se ha olvidado de la auténtica música que motivaba aquellos estropicios . Tal vez se esté armando un lío sinfónico cuando un día sí y otro también resuenan los gritos continuos de protesta ante la Consejería . La autenticidad de las asonadas nada divertidas -que van in crescendo- podría garantizársela su propia mujer. Profesora de Matemáticas de perfil adaptado al determinismo de cierta libertad digital, algo sabrá del pitagorismo musical, salvo que el actuar de viceconsejera se lo impida. Es una estafa auditiva que no oigan ni distingan lo claro que les vienen cantando determinadas cosas.
Deben pensar ahora que, como en los setenta, tras una huelga y otra huelga, un follón y otro follón, los profesores estén jugando -como cuando chicos de entonces- a montarse sucedáneos de las clases lectivas; que lo que quieren es armar un poco de bulla para romper la aburrida y excesiva carga lectiva que les han impuesto arbitrariamente. Lo de aquellos años lo cuenta deliciosamente Llovet en su Adiós a la Universidad (Círculo de Lectores, 2011), cuando recuerda que, después de que pasaba la policía, “todo seguía más o menos igual, con la excepción de las medidas represivas...”. Lo de estos cipayos consiste, de momento, en tratar de sostener, hasta que se marcha el último manifestante, un silencio estruendoso, sólo interrumpido por sus propias ortodoxias ante los medios que les miman, mientras esperan que el 20-N les sea propicio para seguir trepando. Se olvidan de la desgraciada contradicción de la servilleta que quiso ser mantel y no miran que dejan a su paso renovadas variedades represivas sobre lo mismo.
(Madrid, 18/ 11/ 11)
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