Abochornados estamos,
por cómo dicen que mejorarán la Educación y lo demás
A base de ponerse de
perfil, quieren hacernos creer que lo han hecho muy bien y que todo
lo van a mejorar más. Es cuestión de “trabajar, hacer, crecer”.
A
muchos ciudadanos les sucede lo que al juez Ruz, que no logran
entender que el PP se sienta “ofendido” por las actuaciones de
sus extesoreros –Bárcenas principalmente-, pero sí que le ven
como presunto “responsable
subsidiario” de las provechosas gestiones de éstos. Lo de
“presunto” va más allá de la ficción semántica y no sólo se
refiere a lo que cuentan los famosos “papeles”, sino que se
extiende a toda una sistemática línea de gestión política que, en
lo que atañe al Gobierno central del Estado, abarca primordialmente
estos tres años pasados y, en algunas autonomías y ayuntamientos,
ya casi ni se sabe.
Esto de hacerse los
“ofendidos” y “perjudicados” -“abochornados”,
acaba de decir el mismísimo Rajoy- o ponerse de perfil para que no
veamos que vaya con ellos una muy probable desafección de votantes,
está muy bien como táctica de despiste. E igual vale para el
“presunto” crecimiento económico: si hasta las graduales
elecciones que vienen nadie se fijara más que en los datos
macroeconómicos que nos repiten de continuo, estaría muy bien para
hacerse valer. Si España se hundía en un tenebroso agujero y han
logrado rescatarla, de modo que ya somos el centro de atención
predilecto de cuantos nos observan, es lógico que aparenten no
entender la reticencia desagradecida de tanto ciudadano. Porque lo
que está sucediendo -según atestigua el Barómetro del CIS
del mes de marzo-, es que el 80% de los españoles no lo cree: el
74,5% piensa que la situación económica es “mala o muy mala”;
sólo un 2,5% dice que sea “buena o muy buena”, mientras un
escaso 23% aprecia que es “regular”. Traducido a preocupaciones,
al 80,3% de los encuestados le parece que el mayor problema de este
momento es el del empleo, seguido, para un 50,8%, de la corrupción
de que tenemos constancia. Entre las otras 41 posibilidades de
responder a esta cuestión, la educación, con un 9,2%, ocupa el
cuarto lugar, tras los problemas “de índole económica (24,9%),
los políticos y la política (20,0%) y la sanidad (11,8%). Anota
también el CIS que, para algunos –sin llegar a uno de cada tres-
ha crecido levísimamente la expectativa de mejora para lo restante
del año. Está por ver que crezca con suficiente aliento como para
renovarles la confianza a los actuales gobernantes, especialmente
antes del 24 de mayo: es poco tiempo para dejarse seducir, por muy
intensa que vaya a ser la propaganda del “trabajar, hacer,
crecer”, como paradigma de que tienen “la fórmula para resolver
los problemas de los españoles”
Sucede, además, que
no cabe dulcificar mucho lo que excesiva gente vive de lleno o
muy de cerca. Por un lado, porque hay datos que no redondean bien el
relato de lo realizado en estos tres años. El del crecimiento del
empleo y de los afiliados a la Seguridad Social de la última EPA,
por muy dignos de ser tenidos en cuenta o muy loables que sean, no
alcanzan todavía a lo que dicen heredado de la legislatura anterior:
faltan 8.580 nuevos empleos para alcanzar la cifra de parados de
finales de marzo de 2011 -cuando eran 4.442.359- y, en cuanto a la
Seguridad Social, todavía faltan 397.121 afiliados para llegar a la
cifra de entonces. Y por otra parte, está lo cualitativo que
subyace a la fría aritmética, porque los datos en cuestión no
tienen en cuenta las condiciones de los españoles que los sufren,
cuando gran parte obedecen a la llamada “reforma laboral”, los
salarios, tipos de empleo, precariedad y pobreza que ha inducido este
equipo de Gobierno. Es decir, que el relato del crecimiento y
recuperación –que supuestamente nos está abocando hacia un final
feliz después de una situación muy crítica- parece inspirado en la
perspectiva del 2,5% de quienes opinan que la situación es buena o
muy buena. Como si estuviera dictado por el selecto grupo de los
grandes inversores del IBEX-35 y se olvidara del resto de españoles.
Cuando Mariano instaba a los suyos el pasado día siete a algo tan
poco metafísico como “distinguir lo importante de lo que no lo
es”, les estaba proponiendo la senda por donde debían ir sus
ocupaciones electoralistas y que no venía al caso mostrar qué
hubiera detrás de los datos de “crecimiento” que esgrimía.
Pero al margen de estratégicas conveniencias para que la propuesta
de futuro fuera más guapa,
en el plano social la situación de mucha gente
no sólo no ha variado, sino que ha empeorado: muchos incluso han
perdido ya la esperanza. Por mucho que se quiera negar -como hacen
permanentemente los fautores de este felicísimo relato-, esta terca
realidad sigue ahí y eso es lo que certifica la última encuesta del
CIS. En definitiva, una profunda decepción ante las propuestas de
renovación de confianza de voto que esgrime ahora el PP como si nada
tuviera que enmendar de lo ejecutado en estos años. Muy difícil va
a ser que convenzan a suficiente gente en las convocatorias
electorales inmediatas tan sólo con esta retórica.
Lo sucedido en
Andalucía es un aviso, al que lo que ha sobrevolado la última
reunión de la Junta Directiva del PP no parece haber atendido.
Increíble es el mensaje de renovación y transparencia con que
amagan ahora, después de tantos años con serios problemas de tal
tenor en su centro directivo y, por contagio, en otros territorios. E
insostenible es, asimismo, que, a base de fiarlo todo a una presunta
progresión de la economía -con un crecimiento tan selectivo como el
actual y sin modificar un ápice lo decidido estos años en cuanto a
prestaciones y derechos sociales-, vayamos a sentirnos felices algún
día. En estas circunstancias, tanto el haber tenido que “lidiar
situaciones muy complejas y muy difíciles”, como el pedir ahora
“un nuevo esfuerzo por España” -pero gobernando siempre del
mismo lado y sin mirar apenas para el otro-, contentará a
incondicionales, pero suena falso en un país de creciente
desigualdad. Es más, exige aquella virtuosa paciencia que debían
tener los mortales de este valle de lágrimas para obtener la
felicidad eterna: lo predicaban los “privilegiados”, con el afán
no tanto de la felicidad ajena –por tardía que fuera-, sino para
que los del común no protestaran por las mil penalidades que debían
soportar para buscarse la vida sin garantía alguna.
Históricamente,
además, no es verdad que a mayor bien de los ricos, más mejoras
tendrán los pobres: el esquema político de la caridad y de la
beneficencia esconde siempre una insalvable asimetría en que ni se
atiende a todos ni, por otra parte, tal atención esta exenta de
obligación agradecida a la buena conciencia de los voluntariosos
benefactores, patronos casi siempre y con intereses ajenos a la
comunidad cíudadana. El sueño de la burguesía bien asentada del
XIX fue que los trabajadores ahorraran y que, así, subvencionaran
sus posibles problemas futuros. Así nacieron las Cajas de Ahorros en
los años 30 del siglo XIX, para facilitar tal posibilidad a los
asalariados con pequeños excedentes, mientras la administración de
los recursos allegados de este modo corría a cargo de la sociedad
más selecta, que, sin poner un duro, se autoproclamaba “benéfica”:
Mesonero Romanos, como primer Secretario del Monte de Piedad y Caja
de Ahorros de Madrid, escribió no poco sobre ello, lo mismo que D.
Braulio Antón Ramírez, prolífico publicista de la educación
social a través del “providencial
ahorro”. Más cerca de nosotros, cuando en los ochenta del
pasado siglo los neoliberales empezaron a copar varias legislaturas
en EEUU e Inglaterra, la tesis de que el Estado era ineficaz y
resultaba una “carga” si atendía a los más necesitados pronto
adquirió carta de naturaleza, como dejó bien analizado John Kenneth
Galbraith en La Cultura
de la satisfacción (Ariel, 1992): el creciente egoísmo de
quienes se consideran satisfechos es el que impide o dificulta
extraordinariamente una atención a cuanto no sean sus intereses
inmediatos, la escuela pública, la sanidad universal, las
atenciones debidas a los grupos sociales más débiles o a la
disponibilidad de las infraestructuras que sólo se pueden pagar con
los impuestos de todos. Nada que ver por tanto, con la teoría de que
a mayor beneficio del capital, mejor les irá a los trabajadores. El
“crecimiento” actual que tanto se pregona contradice esa tesis:
incluso muchos con contrato indefinido han visto mermados sus
ingresos y no son pocos los que rondan la exclusión. ¿Cuál es el
límite de la apropiación de las plusvalías en la reprogramación
del “trabajar, hacer, crecer”?
Ahora mismo, y por
ceñirnos a inversiones en educación e innovación, no se les
advierte enmienda alguna en su activismo. Por poner un ejemplo
gallego, ahí está Feijóo reiterando, el 18 de marzo, un gasto
millonario en publicitar medidas de emprendimiento e innovación, en
que deberá destacarse el “esfuerzo intenso” para generar riqueza
y empleo (¿?). Por otros lares tenemos el ejemplo de cómo se
administran en Castilla-La Mancha los comedores
escolares: se le cobra a la gente de más y el excedente se
emplea en gastos generales del sistema, contribuyendo así los más
débiles al sostenimiento del conjunto. Conocidos son asimismo las
desgravaciones del IRPF que se hacen en algunas Comunidades a
quienes envían sus hijos a colegios
privados, tirando por tierra toda la teoría –y sobre todo, una
justa corresponsabilidad efectiva- sobre la progresividad impositiva.
De similar cariz son las múltiples denuncias que se han hecho en
diversas partes de España a propósito de la cesión de terrenos
públicos para colegios concertados, una situación que no cesa y que
todavía estos días ha tenido como protagonista a la FAPA Giner de
los Ríos de Madrid, a causa de una situación de este cariz en
Móstoles. En fin, la lista de agravios en este terreno es larga.
Baste , para comprobarlo y ver de paso las variadas modalidades que
adopta una gestión política empeñada en debilitar la enseñanza
pública y dar creciente hegemonía oligárquica a la privada, la
intervención del presidente de esta Federación de padres y madres,
José
Luis Pazos, en la Comisión de Educación de la Asamblea de
Madrid el cuatro de marzo pasado. No se ha de olvidar que Madrid no
ha necesitado la LOMCE para experimentar todas las formas de
segregación y exclusividad que propicia la presunta “libertad de
elección” de centro y sus connotaciones neoconservadoras: de
tiempo atrás ha sido fervorosa zona experimental de tanta innovación
y “mejora” como ahora se está generalizando. Por cierto, ¿no
era de “mejorar” y “mejora” de lo que iban las ideas fuerza
que proponía Rajoy el otro día a la credulidad de los 500 junteros
principales de su PP, a la espera de que esparcieran la buena nueva
entre la desconfiada grey?
Atentos, pues, a lo
que viene, porque estos misioneros ya han iniciado la reconquista
de la feligresía descreída. De momento, esgrimen la zanahoria de la
felicidad de las “presuntas” rebajas de impuestos –que deben ir
a más, según asegura Aguirre-. Nos lo hizo comprender Cifuentes
el pasado día 6, fijándonos la atención en que, con ellos en
la Comunidad, la transmisión hereditaria de un piso no es nada si se
compara con lo que tendrían que pagar los madrileños con otras
fuerzas políticas en el Gobierno autónomo: la mejor política
social –precisó- es la que cada uno administra con el dinero de
su bolsillo…. Si no fuera suficiente con el halago al interés
egoísta, pronto acentuarán las tintas con el miedo que debiera
inspirarnos cualquier aventurerismo de cambio. Atentos: los tiempos
preelectorales son muy educadores, y el palo y la zanahoria claves
del conductismo pavloviano.
Temas: LOMCE,
“Crecimiento económico”, Políticas de austeridad, Elecciones
municipales y autonómicas, Barómetro del CIS, EPA, Comedores
escolares, Propaganda partidista, Elecciones andaluzas, Rajoy,
Feijóo, Aguirre, Cifuentes, Galbraith, José Luis Pazos.
Manuel Menor Currás
Madrid, 09/04/2015
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