La demostración del libro que acaba de publicar el catedrático de
Sociología de la Complutense, Julio Carabaña, merece especial atención
en esta quincena preelectoral.
La última encuesta del CIS no faculta para extrañarse mucho de que
fuera “tremending topic” una provocadora interpretación que suscitó a
poco de conocerse: “Según la encuesta del CIS, se ve que aún nos roban
poco” . Unos días antes, el 24 de abril, El País mostraba una encuesta
sobre analfabetismo científico en que se destacaba que un 25% de los
españoles creía que el Sol gira alrededor de la Tierra: una proporción
curiosamente similar a la de ciertas fidelidades de voto. Aunque no deba
tomarse miméticamente tal coincidencia, tienen más correlación real las
que subrayan el alto índice de españoles que nunca han leído un libro
o, complementariamente, las que cuantifican a los que sólo siguen la
información de la TV. Igual que tiene mucho que ver –con los rasgos más
cualitativos de una vida social e individualmente valiosa- el que, desde
2008 el gasto por habitante en educación y en sanidad ha caído un 21%,
con Castilla-La Mancha en cabeza del recorte autonómico en las políticas
sociales. O este resultado del último ranking de innovavión e
investigación en Europa, en que hemos bajado hasta el puesto 19, entre
28, mientras nos sobrepasan países como Chipre o Chequia.
No hace falta insistir en el valor político que tiene -en el estado
de opinión que muestra el CIS de continuo- el disponer de una buena o
mala infraestructura educativa en el país o que cuando ésta podría haber
ido a mejor, se la haya disminuido con recortes y limitaciones
empobrecedoras de modo que, en este momento, estemos reproduciendo –con
leves modificaciones- viejas situaciones en que, para tener garantizada
una buena educación había que nacer en buena cuna. Y todo, mientras las
proclamas recurrentes –con sentidos opuestos- dedican excesivo tiempo a
hablar de “calidad educativa” sin impedir que se deteriore por dentro
hasta quedar como cáscara vacía para quienes más la necesitan.
Recordemos, eso sí, que LOMCE es acrónimo en que la “Mejora de la
Calidad de la Enseñanza” es pretensión explícita. Y no olvidemos que,
para hacernos creer que esa era la razón y pretexto de esta Ley
Orgánica, trajeron a colación –por activa, pasiva y perifrástica-
estadísticas e informes, presuntamente muy valiosos y hasta
indispensables, esgrimidos como venablos contra cuantos osaron reservar
su opinión y reclamar mesura a tal fiebre reformista. El Informe PISA de
la última hornada, más otra serie de la misma matriz, la OCDE, fueron
explicados y trucados para que no se dudara de que estábamos en el mejor
de los itinerarios de regeneración democrática y que nadie suspirara
por pacto o consenso alguno en este terreno, sembrado, al parecer, de
maldades y peligros a “erradicar”.
Rubalcaba indicaba por tal motivo, el pasado viernes, a este
respecto, lo poco que beneficiaban al sistema educativo estas lecturas
tan sesgadas y empecinadas en sostener lo insostenible con argumentos
tan endebles cuando, además, la lectura estadística de PISA solía ser
malinterpretada o utilizada como si “fuera el Festival de Eurovisión”.
De tiempo atrás, se viene señalando –y muchos especialistas lo vienen
reclamando- que los valores de PISA son limitados y que, si bien las
pruebas externas son una necesidad para una buena gestión y sus
correcciones oportunas, no todas ellas ni sus usos indebidos son
válidos. Pueden, incluso, ser contraproducentes y, de fondo, estos malos
usos remiten a problemas de concepto más profundos acerca del sentido,
valor e importancia que se concede al sistema educativo en su versión
democrática, sin que los problemas reales del sistema logren encontrar
adecuada vía de solución. Pero nuestras más altas autoridades de la
Educación española siguen en sus trece y, como estos días tocaba
cumplir uno de los preceptos que lleva aparejada la LEY ORGÁNICA DE
MEJORA DEL SISTEMA EDUCATIVO, y al alumnado de 3º de Primaria le
correspondía hacer una prueba externa preceptiva, nos hemos encontrado
con una objeción amplia a dicha prueba en algunas Comunidades
autónomas, además de que algunos sindicatos y asociaciones de padres y
madres aconsejaron no presentarse a hacerla: en sintonía con lo que
habían dicho cuando la tramitación de esta ley, nadie les ha convencido
de que fuera importante para la mejora del sistema educativo –como en
teoría se decía- ni de que no pudieran ser utilizados sus resultados con
fines espúreos, ajenos a los intereses de muchos alumnos y sus
familias, aspecto del que había ya sobrados precedentes en las
Comunidades más fervorosas de este control cuantitativista
estandarizado..
En este contexto, el libro de Julio Carabaña: La inutilidad de PISA
para las escuelas (Madrid, La Catarata), que el pasado jueves, día 7,
apareció en algunas librerías, cobra especial significado. En su propia
portada puede leerse su meridiano propósito: “la demostración de la
completa ausencia de valor de PISA para la mejora de las escuelas y la
enseñanza”. Se trata de un trabajo consistente y meditado, fruto no de
un arrebato coyuntural, sino de un prolongado y acreditado trabajo de
investigación en la sociología de la educación española. Esta
afirmación es fácil de comprobar a poco que se contemplen las
publicaciones del autor desde el año 2000, en que empieza la dinámica de
las pruebas PISA en España: siempre fue muy crítico con la utilización
desmesurada de los datos que el Informe publicaba. Y, por otro lado, ha
de tenerse en cuenta igualmente que Carabaña ni es periodista que busque
un titular resultón ni un advenedizo a este tipo de análisis. Entre
otros méritos de su currículum profesional, a Carabaña se deben algunas
de las primeras evaluaciones externas que ha tenido nuestro sistema
educativo en algunos de sus tramos y experiencias innovadoras, bastante
antes de que PISA apareciera por nuestros pagos, como puede verse, por
ejemplo, en dos publicaciones del MEC de los años 1988 y 1990. Y a él se
debe igualmente, aunque sea menos conocido, que en los primeros años
ochenta se impartiera en el entonces denominado INCE, el primer curso de
información/formación sobre las técnicas de evaluación externas que, a
la sazón, ya se habían impuesto en EEUU. Expertos californianos
enseñaron entonces como novedad a un reducido grupo de participantes
españoles en qué consistía este invento que tanto fervor suscitaría 20
años más tarde en España: con una única prueba, querían determinar el
nivel de aprendizaje del alumno, la calidad del colegio y de su
profesorado, al que, según saliera la prueba (escrita) en comparación
con la media nacional, se le subiría o reducirían medios y salario.
Hacia esa fase de determinación vamos ahora con la LOMCE y sus reválidas
–cuando allí ya han suscitado aceradas críticas-, más el papel
eminentemente inspector de los nuevos directores que aquí se propugnan
ahora para determinar un quehacer docente con enorme merma de autonomía.
Este libro de Julio Carabaña no está exento del amplio sentido del
humor y bonhomía que sabe utilizar a diario. Y la mayor humorada es que
desmonta pieza a pieza el interesado glamour de que se había dotado a
este informe de la OCDE y que tanto han contribuido a desarrollar la
mayoría de periodistas que se han prestado periódicamente a reproducir
lo que, oficialmente, se dice desde el Ministerio de Educación que dice.
De agradecer sería que, con similar humor, la prensa y, a ser posible,
muchos de los que presumen de expertos responsables oficiales de las
políticas educativas lo leyeran detenidamente y dieran marcha atrás a
cuanto tan olímpicamente han afirmado gratuita e interesadamente,
adentrándose en jardines de extensa ignorancia. Tal acto de humilde
aprendizaje le vendría bien a la parafernalia de declaraciones que, en
estos días preelectorales, se verá recrecido con ditirambos y promesas
de lúcidas trayectorias hacia la nada. Los lectores que se animen a
saber de qué va esto de PISA sin tomaduras de pelo, advertirán pronto
que el razonamiento de Julio no es de mero aliño banal, sino de extenso
manejo de fuentes, compacto análisis estadístico y, además, un muy
ilustrativo conocimiento de la trayectoria de PISA desde antes de que
existiera como tal. Sólo de este modo es razonable rendirse a las
conclusiones a que llega –claramente distintas y distantes de los bulos a
la moda, sobre todo en esta última legislatura-, y a que muy bueno
sería tomar otros derroteros más tranquilos para renovar e innovar en
serio y con los medios adecuados nuestro endeble sistema educativo,
previa disposición de un buen diagnóstico de los problemas reales que
tenemos.
Quienes más se pudieran escandalizar por que Carabaña vaya a
contracorriente de una amplia mayoría, deberían entender que buena parte
de lo que dice en este muy recomendable libro, ya lo ha dicho en otras
ocasiones. Por ejemplo, y con motivo del Informe de 2006, hizo circular
un extenso análisis titulado Las diferencias entre países y regiones en
las pruebas PISA, en el que llegaba a conclusiones como éstas: “Los
resultados principales son dos. El primero es que en los tres estudios
PISA realizados hasta la fecha, España ha quedado en la media de la OCDE
y confundida en un solo grupo muy compacto con casi todos los países
avanzados. El segundo es que las diferencias entre los países no se
deben a características de las escuelas, ni al nivel del sistema, ni al
nivel del centro”. A todo lo cual, añadía: “Si PISA no distingue la
eficacia de las diversas políticas y prácticas educativas, hay que ser
muy prudentes al sustituir unas por otras”. No habíamos entrado,
todavía, en la vorágine de la etapa WERT en Educación.
En el libro que comento encontrarán algo muy similar: “Hay una gran
diferencia entre mostrar que estas capacidades (las que mide PISA)
dependen poco de las diferencias entre escuelas y mostrar que dependen
poco de las diferencias entre sistemas educativos”. Razón: porque lo que
miden las pruebas de PISA depende de la experiencia acumulada en toda
la vida de los alumnos desde su nacimiento. Algo que otros sociólogos,
analistas de la genealogía de la escuela –la tendencia crítica de la
“sociología histórica”-, han venido diciendo desde Foucault, Castell,
Bourdieu, Passeron, Grignon… o, entre autores españoles, Carlos Lerena o
Julia Varela por ejemplo, cuyos análisis revisten todavía enorme
interés para dilucidar qué haya de tenerse en cuenta a la hora de
innovar y “reformar”. Especialmente, si quien lo pretende desea que las
clases populares tengan una educación sensiblemente mejor y más digna
que la que tienen, un asunto al que estos días debieran prestar máxima
atención los electores españoles.
TEMAS: Informes PISA, OCDE, Julio Carabaña, Calidad educativa,
Sociología crítica, Julia Varela, CIS, Pruebas externas Primaria.
LOMCE, Wert, Rubalcaba.
Manuel Menor
Madrid, 10/05/2015
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