También la gestión
del presupuesto educativo -opaca en demasiados aspectos- es
imprescindible que sea transparente para que sea democrática.
Que las campañas
electorales sirvan para algo es dudoso, como se preguntaba
anteayer en este medio Fernando
Ramos. Especialmente, si ese algo consiste en modificar
comportamientos electorales más allá de los convencidos y
partidarios. Pero si los hábitos y excrecencias que ese ritual
genera periódicamente se toman como síntoma social, sin duda tienen
gran interés. El
Forges, siempre atento a lo más urgente, nos anunciaba ayer, a
la vista de los exabruptos que algunos de los protagonistas suscitan,
que “La Real Academia investiga si las campañas electorales crean
lenguaje”. Detrás, están, además, las pautas que los gurús de
campaña tratan de seguir como estímulo para posibles votantes: un
conjunto documental de preciado valor para constatar la evolución e
involuciones que, en un determinado momento, tienen las aspiraciones
y comportamientos ciudadanos. Esta perspectiva de quienes de manera
más o menos “educadora” dirigen las campañas publicitarias y
manipulan el sentir colectivo pone de relieve lo que estiman que para
los ciudadanos es más valioso.
A estos estrategas no
les es fácil gestionar estos días de pregón, desde luego, cuando
además la orquesta de medios disponible es crecientemente diversa.
La tentación de la indiferencia a que pueden inducir si los mensajes
no son apropiados o resultan excesivos, siempre está latente. Aunque
a veces sea ésta la finalidad manifiesta de algunos programas,
tampoco existe un único método para generar el clímax adecuado y
que el posible votante escoja determinada papeleta ante la urna o se
abstenga. Ni siquiera es absolutamente determinante una infinita
disponibilidad de recursos –incluidos los demoscópicos-. Cierto es
sin embargo, que, sin un umbral básico, cualquier operación
electoralista está llamada al fracaso y, también, que en algo
coincide siempre toda la parafernalia preelectoral: concentración,
simplicidad y repetición de mensajes conscientes y subconscientes;
asociación de los mismos a determinados gestos, caras y formas
estereotipadas de comportamiento, que susciten simpatía en quien
viere u oyere; y algún grado de inducción a que el futuro más
conveniente es el que con una bien dispuesta partitura del tempo
se nos está simbolizando y representado.
El objetivo de seducir
al votante y lograr que se sienta feliz con una determinada opción
suele centrarse en la sobriedad de palabras, y que el día de las
elecciones llegue sin que hayan cambiado su significado para el más
amplio sector posible de receptores. Porque el riesgo es que de
tanto repetirlas, de manera alocada en ocasiones, descabellada en
otras y jibarizada casi siempre, se hayan erosionado semánticamente
tanto que no signifiquen nada. Como lo es asimismo que el ruido
ambiental las convierta en desagradable cacofonía: la crisis no ha
afectado al afán de omnipresencia verbal de tanto candidato y
evidente es que pueden inducir a la indiferencia de los posibles
votantes. Un problema que de algún modo es recogido por las últimas
encuestas cuando muestran un 44,4% de desconcertados que dicen no
saber qué contestar. Tendencia que probablemente se acentuará
un poco más cuando, a donde quiera que el posible elector adulto
quiera mirar se encuentre como gran atractivo la irrupción de “gente
joven” en lo más alto de la escena política, ese Gotha donde a
alguno se le ha subido a la cabeza que la renovación política sea
exclusiva de quienes rondan
los 37 años. Lo que viene a inducir a que esto de la ciudadanía
“regenerada” deberá seguir teniendo exclusividades y
exclusiones, como en la antigua Atenas de Pericles.
Hablar cuesta poco y
puede convencer a los más incautos. Estos días, de hecho, y
mientras no digan lo contrario, proseguirá “el crecimiento”,
palabra y mensaje con artículo determinado. Ayuda a precisar mejor
su excepcionalidad y el reducido grupo de beneficiarios, a la espera
de que sean muchos más quienes lo crean, ya que ignora, tapa y
oculta su calidad y amplitud. Este crecimiento económico de los
grandes números del PIB nunca va acompañado de dato alguno referido
a la distribución social del mismo ni, por supuesto, de los costes
que acarrea en cuanto a calidad de los empleos, empobrecida estos
años, ni al paro generalizado, imposible de justificar con el mal
menor de los pocos y no muy cualificados empleos que, en cada
encuesta que viene, trata de fijarnos la atención y que, si alguien
se queja, no le sigamos la corriente. Más bien deberemos estar
dispuestos a propagar que, aunque el gran objetivo a que han
conducido a la Universidad española es que sus graduados lleguen a
servir copas en un bar, la trayectoria de estos años ha sido
impecable. No obstante, como ese “crecimiento” indiferente ya
está saturando en exceso los mensajes y empiezan a sonar
distorsionados, los mensajeros de tan buena nueva ya añaden que “es
mucho lo que queda por hacer”, para de inmediato proponer que aquí
siguen ellos para culminar nuestra redención si somos confiados. Y
si esta coletilla no funcionara bien, pronto empezarán a incrementar
el acento con miedos subliminares de diverso alcance e intención
para que, a ser posible, concluyamos que la situación distributiva
del poder actualmente existente debe mudar lo menos posible este 24
de mayo.
Más difícil de
taponar es la fuga de militantes del voto hacia la abstención a
causa del desconcierto que genera en los más puros el atisbo
creciente de casos y cosas relacionados con las diversas versiones de
corruptores y corruptos. Especialmente de estos últimos, pues tratan
de reinventar las formas de proximidad a la distribución de los
presupuestos del Estado. Para contrarrestar la repulsión a las mil
maneras de robar y pervertir los intereses comunitarios, ya todos los
programas recitan el mantra de la “transparencia”. Pero quienes
la dicen con más ahínco son personas a las que –¡oh milagro!-
parece rodearles por todas partes la corrupción sin que aparezcan
nunca salpicadas, lo que nos va haciendo menos crédulos. Igual que
cuando nos llevaban al circo de pequeños y a la admiración siguió
la incredulidad absoluta, cuando empezamos a adivinar los trucos y,
un buen día, se nos derrumbó la ingenuidad.
Laudable parece,
por tanto, la desconfianza ciudadana hacia el hipócrita palabreo del
neolenguaje, especialmente si va acompañada de responsable reflexión
frente a las situaciones
de mezquindad que tanto menudean estos días con selecto afán
aristocratizante. Tertuliano ya advertía a los doctrinarios, hacia
el año 200 d.C., que convenía “que los que comienzan a enseñar y
exhortar alguna cosa tengan primero crédito de que han ejercitado lo
que enseñan, procurando enderezar la constancia que tienen en
persuadir, autorizada con el ejercicio, para que no queden las
palabras a la vergüenza y faltas de obras” (Libro de la
paciencia, 1). Y no debiera flaquearnos la memoria tampoco,
porque la fragilidad en el recuerdo nos llevará primero a disculpar
y, a continuación, a repetir la torpeza de tapar con el voto las
degradaciones que nos han endosado en el transcurso de estos años.
Tomen nota y no olviden -por ejemplo, en cuanto a las políticas
educativas-, los usos indebidos y mendaces que han hecho del Informe
PISA para que admitiéramos sin rechistar una reforma educativa
que solo perjudica a la mayoría de la gente, degrada la autonomía
cualitativa de los trabajadores de la enseñanza y olvida el futuro
de muchos jóvenes, con grave deterioro de la convivencia
democrática. Esa no es la transparencia que necesitamos. Y no lo es
tampoco –idénticamente a lo que pregonan con “el crecimiento
económico”-, que la presunta “calidad del sistema educativo”
haya de ser exclusiva de unos pocos privilegiados a cuenta de
recortes a todos los demás.
Que
no nos distraigan: las elecciones son de todos los ciudadanos y
para gestionar bien los intereses de todos. Y la buena educación
sólo será tal si está al alcance de todos en sus mejores
posibilidades. Como ciudadanos, es el momento de hacer la “revolución
slow”, que tanto interés empieza a suscitar en diversos
ámbitos vitales, incluido el educativo: pautemos un poco de
“lentitud” estos días para pensar antes de votar. Es un asunto
serio el que se está jugando detrás de la banalización de las
palabras más preciadas.
TEMAS: Informe
Pisa, Elecciones autonómicas y municipales, “Revolución slow”,
Crecimiento PIB, Calidad educativa, Transparencia, Corrupción,
Intereses comunitarios, Francisco Ramos, Forges.
Manuel Menor Currás
Madrid, 16/05/2015
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