La “mediocridad”
horaciana es lo que corresponde a la democracia, sin privilegios propicios para
el desafecto fundamentalista. Paradójicamente, eso es lo que también precisa el
sistema educativo público.
Puede que sea el destino o que sea producto de la naturaleza
humana, empeñada en repetir, por miedo, ignorancia o cualquier otra razón incrustada
en las neuronas, los problemáticos itinerarios del pasado. Pero aquí estamos ante una coincidencia
nada astral que, según nos repiten con abusiva imprecisión, es
“histórica”. Con leves días de
diferencia, se han juntado el referéndum inglés de este próximo jueves y la
reiteración, en tierra española, de una jornada electoral imprecisa el 26-J. En
común tienen que, con tres días de diferencia, se intentará decidir una
inconclusa posición de los ciudadanos respecto a cómo les vayan a gobernar.
El brexit y las dos ciudades
Si triunfara el brexit puede
que pronto salga a relucir Felipe II y su “armada invencible”, pero lo que hace
relacionables las dos fechas de este mes de junio es mucho más inmediato para
cuantos vivimos en 2016. Ambas tienen más que ver entre sí de lo que parece.
Con la decisión que adopten los ingleses se irá reduciendo la mitificación que
un día hicimos, también los españoles, de la pertenencia a esta Unión Europea, el
antiguo Mercado Común que envidiábamos en los años sesenta. Con lo que
decidamos nosotros el 26-J, pueden cambiar bastante o quedar todavía más
confusas pautas de nuestra vida colectiva que, desde hace bastante tiempo, acusan
necesidad de reestructuración profunda. En muchos españoles crece el interés
por el referéndum del brexit. Lo ven
atractivo pese a los muchos inconvenientes
que pueda tener porque, al menos, daría
la oportunidad de que se airearan sus problemas de armonía social.
Más allá de la insularidad y sus connotaciones, la veta más
inteligente de la tradición política inglesa ha sido siempre reacia a cierta
esclerosis con “lo que hay”. Podrían recordarse las sucesivas reformas para
ampliar la capacidad de voto. Les costó lo suyo, pero les trajo la ventaja de
no haber sufrido guerra civil alguna en más de doscientos años. Tuvieron los
problemas de “las dos ciudades”, contradictorias en estilos y perspectivas de
vida, pero pronto trataron de conciliarlas, y el propio primer ministro
Disraeli las describió en su muy divulgada
novela, Sybil (1845). No quiere
decirse que en España esta perspectiva no haya sido puesta en evidencia más de
una vez. Ahí está Galdós y, en especial su novela Misericordia (1897) –que
tanto admiró María Zambrano-, para mostrar un esquema similar de estructura social. Con la
diferencia de que el paso de los años la mostraba más duradera, reacia a la
sana modernización y, de añadido, que derivaría en conflictos mucho más dramáticos que los que en Inglaterra hayan
tenido lugar en el mismo período. Esa distancia entre los dos países en cuanto
a presteza o lentitud para limitar las
diferencia y en promover, por tanto, las leyes e instituciones sociales que
pudieran corregirla, ha seguido muy presente, aunque se haya reducido en estos
últimos años. La propia posibilidad de este referéndum inglés, marca una
diferencia muy notable en cuanto a
cultura democrática. No se tenga en cuenta, por supuesto, el feroz
fundamentalismo del lunático asesino de
la diputada Jo Cox, que aquí ha proliferado tanto.
Asimetría o convergencia
Lo que suceda a partir de nuestra abstención o nuestro voto
el próximo 26-J no será inmune a lo que
se haya decidido tres días antes en Inglaterra. Sería muy interesante, por
ello, que, antes de votar o no votar, se tuviera en cuenta que una de las
cuestiones principales que se ventilan es si nuestras “dos ciudades” de ahora mismo confirman o no –a partir del 27
de junio- que siga creciendo la legalidad de su asimetría o si se retoma el
camino de una mayor convergencia. El
encaje de posiciones al respecto, es primordial. Múltiples formas de despiste,
de renovados miedos o estratagemas tratan de que así sea, y la propia cuestión
del brexit inglés ya está sirviendo
de pretexto para inducir el voto conservador. Cuando las cotizaciones de Bolsa
de estos días han mostrado zozobra, las transmisiones de esta información
económica han implicado desconfianza acentuada, sin que nadie nos contara cómo
era posible esta especie de capacidad divina de las altas finanzas para la actio indistans. o cómo nuestra
individual inclinación votante podría corregir, aunque sólo fuera un poco, las
desgracias que empezaron a profetizarse. Lo que nos nos querían decir –aunque
lo digan de manera explícita, aparentemente descontextualizda- es: si no nos
votáis a nosotros no sabéis en lo que os estáis metiendo, os vais a enterar.
En el plano de los asuntos educativos –siempre tan expresivos de
las otras políticas-, el panorama de lo que está pasando es plenamente
coherente con esta perspectiva del miedo y la confusión deseada como presión
que nos acompañe de fondo mientras pensamos si votamos y repasamos a quién. Por
si acaso, de manera genérica ahí están, entre variadas templanzas, tácticas y
predilecciones, las noticias del Banco
de España reafirmando la hoja de ruta a tener en cuenta, poniendo en primer plano la demografía como algo
estrictamente natural y ajeno a la ideología, pero determinante de la economía.
Ahí está Podemos, poniendo en primer plano, por contra, el
sentido patriótico de sus programas, supuestamente para restarle
radicalidad democrática. Ahí está Ciudadanos reclamando por enésima vez una
”regeneración” que les muestre como “una cosa normal” pero dentro
de la órbita de los intereses del Ivex-35, el Banco de Sabadell y las
juventudes del PP. Y ahí está también el PSOE, perdiendo según las encuestas
perdiendo con la ciudadanía que ha sufrido más con los sucesivos recortes que
ellos mismos iniciaron, lo que motivaría que se esté hablando
de eclipse mientras tratan de reubicarse no se sabe bien dónde.
De manera más específica, según a dónde miremos podremos ver qué
nos compensa más hacer. Un buen criterio es observar las propuestas sobre
políticas sociales y examinarlas con más detalle desde la justicia social que
puedan conllevar. Esta perspectiva dará sentido, por ejemplo, al sonsonete de
”la recuperación” y “el crecimiento” y comparar, a la luz de lo sucedido con
las inversiones en educación los peculiares matices por los que todos los partidos la consideran crucial,
entre otras cosas, para el cambio de
modelo productivo. Tal vez veamos que aquello
del punto de apoyo para la palanca, que Arquímedes demandaba para
mover el mundo en el siglo III a.C. , no tenga nada que ver con el exotismo que
rige muchas de las floridas declaraciones políticas sobre educación. Pueden
comprobarlo con los datos que suministra el Boletín Estadístico de Empleados
del Ministerio de Hacienda: en el período 2011-2016 se han destruido 44.872
plazas fijas de enseñantes, sustituidas en buena medida por empleo
precario. Se hace más claro de este
modo, de qué nos hablan ahora mismo los
candidatos que dicen que estamos en la buena senda, porque “está creciendo el
empleo”: vótennos que sabemos lo que hay que hacer. Otra constatación fácil
consiste en retener lo que unos y otros desgranan en cuanto a “diálogo” para
“consenso” o “pacto educativo”. De entrada, ya es llamativo que todos –con
mucho más definidos perfiles- lo vean imprescindible ahora: la tan mencionada como inatendida importancia
de la educación encontraría, al fin, un camino decente. Pero, ¡oh paradoja de
inconsistencias verbales!, de nuevo nos encontraremos con lo difícil que va a
ser este anhelo preciado. Vean, si no, el análisis de Pilar Álvarez y Juan José
Mateo sabrán ya que estos comicios no acercan un pacto de Estado en educación.
Es decir, que “los
partidos chocan en campaña por el modelo educativo, clave para los pactos”.
En consecuencia, todo
parece presagiar que, a la hora del recuento de votos que se produzca el 26-J,
el debate político principal va a seguir polarizado principalmente en torno a dos modelos principales de armonía
social que urge precisar, un asunto neurálgico en que las políticas de Educación
vuelven a ser símbolo primordial de la pelea electoral. En síntesis, se tratará
básicamente de qué tenga preponderancia: lo que propone el PP –que nos es muy
conocido por su LOMCE- o lo que propugnan
desde la órbita más o menos próxima a Unidos Podemos. Los programas de los
otros partidos es posible que sólo añadan leves matices a estos dos modelos. E
indudablemente, dos cuestiones principales estarán en el aire ante, de, desde,
en, entre, por, según y tras estos dos modelos: si la situación privilegiada en
que se han movido los colegios concertados se revisa a fondo y, por otro lado,
si la laicidad de la escuela pasa a revisarse igualmente. También puede suceder
que todo quede como está, aunque tocado en matices de sostenibilidad.
¿Un brexit para la educación española?
La democracia -dice un “experto en fanatismo comparado” como Amos
Oz- urge a todos anularse algo a sí mismos para facilitar la realización de los
demás y el bienestar de la generación que nos sigue. Sin embargo, todo está por
ver. En lo que va de campaña y precampaña ya se han visto signos sobrados de
miedo a que las dos cuestiones indicadas pasen claramente a primer plano en la
legislatura que -con más certeza que la de las posiciones hegemónicas que
salgan de las urnas- se iniciará el próximo 27 de junio. El ruido para que todo
cambie sin moverse y que, a ser posible, mejore todavía más el lugar relativo
de la enseñanza concertada -y la privatización creciente del sistema educativo-,
no ha hecho sino empezar. Métodos como los que hemos visto de manera tan
destacada en Madrid y Valencia en los últimos años, están en proceso de
reelaboración no sólo publicitaria. De todos modos, la historia de la
problemática relación privada/pública es ya demasiado larga como para no
adivinar que irá in crescendo. En
caso de que los temores de aquella a que se confirme que, cuando menos, se le
exija riguroso cumplimiento de las normas reglamentadas, seguirán invocando
como inamovible, que en el art. 27 de la Constitución está garantizada la
“libertad de elección de centro” y “los derechos de los padres”, indiferentes a
cualquier otro razonamiento. Y continuarán repitiendo una inconsistente
narrativa, que no atienda a sus precedentes y no arriesgue otra lectura que la
que confirme como dogma canónico la abusiva práctica que de ese artículo han
hecho desde 1978 hasta el presente. Una tesitura apologética en que seguirán
obviando planteamientos abiertos como el sostenido, entre otros, por el
llamado Foro de Sevilla, o de manera similar, por los autores de La educación que necesitamos.
Con tales antecedentes, no es descabellado que, en caso de que,
tras el 26-J se prolongara otros cuatro
años la ya alargada historia de las “dos ciudades” -o dos redes del sistema
educativo- que con merma de la enseñanza pública está vigente en España, muchos
afectados por discriminación afectiva dieran en imaginar como opción un brexit para los asuntos educativos,
ampliable -mentalmente al menos- a muchas otras cuestiones. A imitación del que
va a tener lugar en Inglaterra, determinaría la independencia de la concertada
respecto a las subvenciones del Estado y que pudiera desarrollar su tan
acendrada “vocación de libertad” sin ataduras. Podría así abstenerse de cumplir
los reglamentos que la LODE estableció para poner orden en un paisaje que
armonizara la correspondencia mutua entre estas “dos ciudades”. Siempre
renegaron de ellos y si, desde entonces, han tenido amplio incumplimiento, se
abriría paso otro orden menos infantilizado y sin excusas para la restricción
mental. La imaginación también vuela para los minusvalorados y tal vez muchos
vean preferible -como paso previo- que, para evitar este trance desabrido de un
híspido referéndum, se inste a Inditex para que nos preste provisionalmente
como consejera de Educación a esta baronesa laborista, economista y exmodelo
que acaba de fichar. Si se comprometiera a seguir siendo “activista por la
igualdad” en este terreno, podría ser una garantía de que, por fin, algo se
mueve en serio en la política educativa. Claro que, adicionalmente, estos
ciudadanos exigirían en primera instancia que se retiraran los sucesivos
proyectos encomendados
al Sr. Marina por el PP y por la Universidad Antonio Nebrija.
La ciudad educativa de
Aristóteles
En serio: procuren que, con su capacidad de voto, no se haga más
daño a la educación de todos. Convénzanse: con esa excelencia que pregonan
perdemos todos; a la democracia no le pega esta aristocracia señoritil
dominante. Aristóteles -como algunas
veces recuerda Emilio Lledó- ya lo dejó
claro: “Puesto que el fin de toda ciudad [polis]
es único, es evidente que necesariamente será una y la misma la educación de
todos, y que el cuidado por ella ha de ser común y no privado…” (Política VIII, 1).
TEMAS: El Brexit inglés. Dos ciudades (Disraeli). Debate educativo. Calidades educativas. Modelos educativos/modelos sociales. LODE.
LOMCE. María Zambrano. Aristóteles. Emilio Lledó. J.A. Marina.
Manuel Menor Currás
Madrid, 17/06/2016.
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