Sólo
una moral colectiva, igual para todos, respetuosa con el bien común,
puede salvar la convivencia. No es cuestión de libremercado. Sin una
educación pública rigurosamente cuidada, será cultura imposible.
A
veces sucede que sí pasan cosas. Este regreso de vacaciones, de
primavera o de Semana santa según se mire, ha traído no pocas
revelaciones. Entiéndase por tal, caer en la cuenta de perspectivas
habitualmente inusitadas respecto a lo que solíamos pensar o nos
habían hecho ver. En la alegoría platónica de la caverna,
equivaldría al proceso de ir alcanzando grados de conocimiento
mejores que los que proporcionan las supuestas sombras originarias.
¡Bendito
país!
Para
empezar, no es irrelevante el hecho de los desplazamientos
multitudinarios de estos días. Hace cuarenta años, la Semana Santa
ya suscitaba reflexiones a Bernardino Hernando en su ¡Bendito
País! (Ediciones 99, 1976), una especie de Celtiberia show
carandelliano pero en perspectiva nacionalcatólica. El por entonces
director de Vida nueva dedicó 15 páginas de su atractivo
libro a recopilar anuncios con ese trasfondo del calendario
eclesiástico y, entre las múltiples devociones y piadosas
celebraciones de que España hacía gala en esos días, aparecía un
amplio cóctel de interferencias -de predominio gastronómico- que le
llevaban a preguntarse: “¿Estamos paganizándonos?”. La avispada
publicidad -entendía el periodista y profesor- detectaba bien los
cambios de actitudes “en oferta especial a comunidades religiosas”.
Hoy,
aquella pregunta adquiere más sentido si por “paganizado” se
traduce “secularizado”. Según el sociólogo Pérez-Agote,
estaríamos en la “tercera oleada” de secularización. Los
comportamientos españoles en cuanto a natalidad, matrimonio o
asistencia al culto, hace años que se detectan muy distintos de
cómo eran en etapas anteriores, particularmente entre finales de los
sesenta y los ochenta. Ello quiere decir que los millones de
desplazamientos de estos escasos días –y sus correspondientes
atascos de ida y vuelta- revelan que no son interpretables
estrictamente en clave religiosa. Bien lo atestiguan los variados
datos estadísticos de las ganancias de la hostelería y el turismo.
E, incluso, los encargados de los festejos que organiza la amplia
nómina de cofradías pueden confirmar que el valor social de la
religión no es el que era. La asistencia multitudinaria a
procesiones o espacios religiosos es un ambiguo combinado de
tradición cultural –a veces, “invención de una tradición”,
en lenguaje de Hobsbawm- y privilegiada posición en un estado
“aconfesional” que, en general, funciona principalmente como
patrimonio rentable para diversos actores sociales y económicos. En
catedrales o santuarios surgen conflictos nuevos: en Zaragoza ya ha
sucedido y sitios hay ya donde le preguntan al visitante si es o no
de la diócesis: los pagos de entrada, el IVA y demás elementos del
intercambio son independientes ya de si se es o no bautizado o si
aquel es un espacio de acogida y silencio espiritual y no de negocio
encubierto. Los lugares de rezo y oración tradicional no son lo que
eran, como muestran las reclamaciones sobre su registro de propiedad.
Poco a poco, pues, estas mutaciones van revelando una España con
variaciones crecientes en las motivaciones sociales.
Chapotear
en el Canal de Isabel II
La
vuelta a una gran ciudad como Madrid, después de unos días de
exuberante primavera, han traído otras revelaciones de inmediato. De
entrada, tres que se apelotonan entre sí. “Hacerse la rubia” o
“gobernar sobre tacones” son demostraciones de un tipo de
comunicación en que que por el alto pedestal que ocupe el emisor,
evidencia más tontería de la adecuada al cargo. Dejarse llevar por
el lenguaje de las tertulias machistas o por el narcisismo twitero es
una tentación, pero sea hombre o mujer quien lo diga es despropósito
agudo, cuando tanto falta por limar en las múltiples violencias y
micromachismos que los y las más débiles tienen que soportar de
continuo.
No
menos espectacular ha sido el nuevo arte de comunicarse vía autobús.
La publicidad siempre trató de provocar desde fachadas bien situadas
y en roquedos casuales al lado de las carreteras. Crecía según se
entraba en la ciudad y los avispados se apresuraban a colocar en sus
sitios más llamativos vehículos bien rotulados o personas-anuncio,
sorpresivamente móviles para el paseante. Las elecciones de la
Transición hicieron crecer y multiplicar la inventiva en fachadas en
remodelación, en farolas y vehículos. Y lo nuevo ahora –la
revelación- es que también en época no electoral los viandantes
han de discutir acerca de cualquier asunto. “Hazme oír” ha
tenido imitación y, a lo que parece, van a florecer los imitadores.
De momento, los ciudadanos ya debatimos acerca de si es odio o mala
baba lo que animó a los primeros instigadores de esta corriente
expresiva. Y a cuenta de “la trama” de tramposos muy notorios, ya
nos entretenemos en dilucidar si de ejemplaridad se trata o si de
atentado a la libertad de expresión y al honor de quienes han jugado
con el dinero de los demás; con el agravante de que hayamos de
aclarar primero si están todos los que son o son todos los que
están, amén del grado de maldad de cada quien. Pronto veremos rodar
por nuestras calles una amplísima gama de demandas de virtud en este
formato expresivo y, aunque los paseantes se harten de esta
innovación comunicativa, los empresarios de autobuses lo
agradecerán. En todo caso, estas metodologías de la “rubiedad”
y de los autobuses predicadores es gran revelación de estos tiempos
equívocos. Desde la perspectiva de la educación social, ya tienen
gran proyección, seguramente muy dudosa.
En
este mismo nivel de revelaciones de la educación propugnada desde
los centros de poder, ha de inscribirse la redada de este González
–el expresidente de la Comunidad de Madrid- y sus congéneres en
aguas del Canal de Isabel II. Los lloros de la lideresa de buen ojo
para captar consejeros y colaboradores hacen buen coro a este
mensaje. Este conjunto representa un gran hito expresivo de lo que da
de sí la “calidad educativa” que estos mismos personajes nos han
querido vender en estos 14 años últimos. Como final de lo que
empezó siendo un “tamayazo” en 2003, su doctrina no tiene
precio. Lo que no es obstáculo para que pronto pueda surgir algún
promotor de unos “Cuadernos de quejas” similares a los que
precedieron a la Revolución Francesa frente a tanto latrocinio…
No se pierda de vista que el peligro cotidiano que, comparativamente
con estos lindos personajes, sufre multitud de gente a consecuencia
de su codicia en la devastación de servicios esenciales como la
Educación, la Sanidad o la Dependencia, es intolerable. Sin ellos
proponérselo, están emitiendo una ejemplaridad muy relevante para
valorar con precisión en qué haya consistido “la calidad” y
“excelencia” de la enseñanza que han tenido como
“emprendedores”, normalmente en “colegio de pago”. Una
información que se hace más valiosa en la medida en que su
desprecio a los “colegios de gratis” ha sido olímpico en todos
estos años. (Si pueden, no se pierdan la exposición sobre Gloria
Fuertes en el Centro Cultural Colón: había sufrido de lleno esa
diferencia, que estos señoritos/as han tratado de acrecentar).
Memorias
y silencios
Ha
habido estos días, en fin, un tercer ámbito de revelaciones,
silenciadas o poco comentadas. Los ciudadanos de razón republicana
han tenido ocasión de celebrar aquel 14 de abril de 1931 en que se
había inaugurado un régimen de esa raigambre por segunda vez en la
Historia de España. Por otro lado, los fieles al sindicalismo y a su
valía para sacar adelante reivindicaciones colectivas en derechos
sociales, han podido recordar el aniversario de cuando, en 1977,
fueron legalizadas sus organizaciones hasta entonces clandestinas e
ilegales en la lucha por las mejoras salariales, convenios colectivos
y mayor calidad de vida de los trabajadores. Una pelea en que también
estuvieron los de la enseñanza, cuyas condiciones salariales eran, a
todas luces mediocres cuando no mezquinas, según la vieja tradición
–muy asentada- decimonónica. Y ha habido además otra
conmemoración, la de las madres y padres de CEAPA, quienes acaban de
celebrar sus 40 años de pugna por una enseñanza más equitativa y
más justa socialmente hablando, nada contenta con la mera
escolarización de sus hijos e hijas, e insatisfactoria ahora mismo
por las persistentes deficiencias de diverso rango.
La
conjunción de estas tres conmemoraciones ayuda a traer al recuerdo
–y a la exteriorización reveladora- los riesgos de dejarse comer
el tarro con narrativas distorsionadas. Hay historias falsas nada
fáciles de cambiar y a nuestra memoria le cuesta lo suyo
desaprender lo que le han enseñado mal; cuánto más aprender bien
lo que debiera estar bien situado en su contexto real, el vivido por
la gran mayoría de ciudadanos. Nadie les ha regalado nada y todo lo
logrado en el sistema público de la Educación española ha sido
fruto de disputa apasionada por un territorio de insatisfacción
permanente en que les han dado como “concesión” lo que les
correspondía como “un derecho”. De hecho, han llegado a 2017 con
una escolarización lograda tardíamente, sin ocasión todavía para
que, institucionalmente, les haya sido reconocido un auténtico
derecho a la igualdad en el ejercicio de ese “derecho”. El gran
acuerdo educativo de que tanto se habla, en la Constitución de 1978,
sólo ha logrado la escolarización de sus menores de 14 años en
1989. Muy pronto pudo ampliarse dos años más, pero a partir de ahí
–e incluso en eso- todos los desacuerdos siguen vigentes pese a
reconocer que la mera escolarización era insuficiente. Porque la
buena educación es bastante más, sobre todo si se piensa en que
todos los hijos de los ciudadanos –en toda su diversidad- tengan la
debida garantía de atención que la justicia distributiva exige.
De
1905 a 2017
El
valor de esta triple conmemoración de estos días, en el contexto de
las demás, se revela mejor si se compara con lo acontecido en
Francia hace 112 años. En tal sentido, merece la pena leer a Maurice
Halbwachs: Los orígenes del sentimiento religioso. Introducción
a la sociología de la Religión de Émile Durkheim (Dado
Ediciones, 2017. Con presentación de Fernando Álvarez-Uría). La
reciente reedición de este libro facilita entender lo que aquí no
ha sucedido mientras en el vecino país acontecían otras cosas entre
finales del siglo XIX y 1905. Este fue el año de la Ley Briand, que
establecía una clara separación entre Iglesia y Estado y que su
escuela no fuese legalmente discriminatoria por motivos religiosos.
Estamos en 2017 y, entre nosotros, lo acontecido desde 1936 ha
fortalecido la privatización y los conciertos educativos, donde el
pretexto religioso facilita un lugar social privilegiado, distintivo
del resto, al 34% de los hijos de las clases medias y de los
percentiles de mayor renta. Sería deseable que en la Subcomisión
del Congreso para un supuesto pacto social y político en Educación
se sintieran estimulados por esta otra perspectiva protectora de la
mayoría de los alumnos del sistema educativo español. ¿Cómo, si
no, promover una moral colectiva, capaz de obligar a todos por igual
en el cumplimiento de las obligaciones mutuas y en el respeto a los
derechos naturales de todos? Verdad es que lo que está sucediendo en
Europa y en EEUU desanima a muchos, pero es que aquí seguimos, en
bastantes asuntos, como en el Ancien Régime. ¿Cómo
modernizar de verdad la cultura de lo público?
En
la fachada de las Casas Consistoriales de Toledo pueden leerse dos
estrofas de advertencia a los “discretos varones” que gestionaban
allí los asuntos de la ciudad. El poeta Gómez Manrique (1412-1490)
les rogaba que dejaran “las aficiones, codicias y miedo” y que se
centraran en lo que debían: “Por los comunes provechos/ dexad los
particulares:/pues vos fizo Dios pilares/ de tan riquísimos
techos,/estad firmes y derechos”. Pues eso.
Madrid,
22.04.2017
TEMAS:
Pacto educativo. Corrupción. Privilegios,. Discriminación.
Machismo. Bien público. Moral colectiva. Derechos Humanos. Educación
pública.
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