Entre lo que nos enseñan y lo que
han de aprender nuestros hijos aumentan diariamente las
contradicciones. A pesar de las bondades de que se revisten las
vísperas electorales.
Pasa, todo pasa y lo
nuestro es pasar. Por eso nunca logramos aprender del todo. La vida
es aprendizaje y los tiempos que nos tocan están llenos de motivos
para seguir aprendiendo, o desaprendiendo. En esto consiste la
capacidad de aprender constantemente. Porque, una de dos, o
aprendemos o nos hacen aprender: de tanto practicismo sorpresivo como
nos enseñan, como nos descuidemos nos educan.
Aquí están los 70
años de paz que, según la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre
(FNMT),
corresponde celebrar ahora; dicen que dentro de un programa europeo
conmemorativo del final de la Segunda Guerra Mundial. El problema
surge cuando la inscripción se reduce a “70 años de paz”, sin
alusión alguna a Europa como no sea que tenemos en la mano 200
euros. Con la efigie del actual rey Felipe VI en el anverso, suena
extraño. Y por muchos equilibrios que se quieran hacer con el
cómputo cuantitativo de esa probable paz europea, no será fácil de
aceptar por todos los actualmente llamados europeos. No pocos
conflictos armados ha habido durante este período en distintas zonas
hoy consideradas Europa, y habrán de hacerse igualmente un gran
paréntesis conceptual a la llamada “Guerra fría”, severísima
en muchos territorios. Más difícil es, todavía, aceptar ese
constructo desde España que, cuando el núcleo originario de la
Comunidad Europea disfrutaba “30 gloriosos” años de prosperidad
social, vivía bien lejos de participar de ella.
Esta España nuestra ya
tuvo una ficción de paz en torno a los que oficialmente se llamaron
“25 años de paz”
en 1964, para darle una vuelco interpretativo a lo que había
sido victoria de una España sobre otra y todavía quedaba un tiempo
largo de represión para llegar a una reconciliación mínima en
torno a la Constitución de 1978. Pero ni siquiera ahora puede
decirse que hayamos sido capaces de una pacífica armonía
interpretativa que dé satisfacción a todos y menos a los que fueron
víctimas de entonces. Ahí tenemos pendientes, por ejemplo, las
demandas que en este momento tienen planteadas muchos, desde abril de
2010, en la llamada “querella
argentina” . O, también, algo bastante más sencillo de
satisfacer, pero no satisfecho, a cuantos quedan de los deportados a
los campos de exterminio nazis –asunto crucial en la posible
conmemoración de los 70 años de este programa numismático
europeo-. Estos republicanos nunca han tenido reconocimiento oficial
por parte de España, aunque en Francia hayan empezado hace poco a
tenerlo –en París especialmente, honrando a sus liberadores de
La Nueve- , y ahora mismo acaben de ser laureados con la Legión
de honor.
Notorio es que, de
siempre, las conmemoraciones tienen más de alusión interpretativa a
las preocupaciones interesadas del presente que de reconstrucción
del conocimiento histórico de lo ocurrido. Las explicaciones que dan
en la FNMT o no son nada creíbles o resultan excesivamente
seguidistas respecto a lo que les hayan indicado en Bruselas. Visto
desde el valor de la Historia en el currículum educativo de nuestros
hijos, sólo contribuye a una amnesia intolerante y nada educativa
para cuantos europeos quieran ser conscientes de su pasado y no
intenten repetirlo en lo que tiene de perverso. Por muy loable que
sea la intención de tener un relato compartido, lejos está todavía
una historia común europea cuando ni siquiera dentro de España
somos capaces de sostenerla. Desafortunadamente, además, a medida
que la crisis ha aumentado la distancia entre los países de la Unión
-disipando o cuarteando cada vez más el estado de bienestar que
siguió al “Plan
Beveridge” en su núcleo fuerte-, más lejana parece la
ciudadanía común.
Sumar y restar eran,
por su parte, operaciones aritméticas que nos inculcaban, con ardor
musical, desde la más tierna infancia, con un consenso más aceptado
que el de la Historia. En general, solía haber concordancia entre lo
que la parca experiencia infantil atestiguaba y cuanto nos enseñaban
aquellos maestros con la Aritmética razonada de
Dalmau-Carles. Últimamente, sin embargo, empezamos a tener serias
dudas de lo aprendido entonces: en lo que vivimos y nos publicitan
los medios a diario, la escueta aritmética no obedece a la lógica
pitagórica, sino a la estratagema interpretativa del “a lo mejor”
y a la no menos aleatoria teoría conspiranoica del “depende”. Ya
fue muy inquietante que el propio ministro de Educación y su
secretaria de Estado hayan confundido al personal con aquello de que
3+2 era mejor
que 4+1. El cómputo aritmético –tan necesario para las cosas
de comer- acaba de ser elevado a levitación interpretativa gracias a
la eminente Agencia Tributaria. A su entender, darle dineros a un
partido –especialmente si el beneficiado te sostiene en el cargo-
es como una obra de caridad. La comparación con los donativos
a Cáritas es altamente significativa; y lo de que así los niños
pobres puedan comer, toda una declaración de principios
aritmético-morales, muy acordes con la buena didáctica matemática
al más puro estilo Antiguo Régimen.
El asunto sube de tono,
en todo caso, aleccionados acerca del camino de deterioroo, porque
aunque si -aun prescindiendo de las puertas giratorias en que algunos
de estos egregios mandamases se atascan entre proclamas de
transparencia- se entra en las operaciones de sumandos y sustraendos
a considerar, un verdadero galimatías que permite entender las
dificultades que tendría la encuesta PISA si se aplicara a estos
gestores ministeriales, teóricamente los más competentes en cuanto
a numerario. Por algo el juez Ruz tendrá que decidir, porque “se
esfuerzan poco” en respaldar la presunta objetividad incontestable
de las matemáticas contables. Y algo parecido sucede a muchos
profesionales de la Banca, como ejemplifica el IVIE, en colaboración
con el
BBVA. Acaban de establecer un ranking de las universidades
españolas contraviniendo el principio fundamental de que los
considerandos operativos han de ser de la misma naturaleza y no tan
sólo parecidos o semejantes –con amplios márgenes de
disimilitud-. Pese a lo cual, ni así logran tumbar valores
esenciales de la universidad pública. De momento, claro, porque
aunque no todo pueda ponerse en la misma balanza del todo vale con
tal de sacar beneficio, Naomí Klein ya nos aleccionó (No logo)
acerca del camino de deterioro que suele seguir a este tipo de
estudios tan dudosamente “objetivos”.
Dejá vu, por
otro lado. En la etapa de Esperanza Aguirre en el Ministerio de
Educación ya vivimos de qué iba su “gran debate sobre la calidad
de la enseñanza” de que empezó a revestirse tan pronto (El
País, 14/05/1996, pg. 29). La abuela ahorradora -que en sus años
al frente de la Comunidad de Madrid se ha gastado en autobombo
institucional más de 200 millones de euros- tuvo buen cuidado de
mimar las evaluaciones del sistema educativo para que favorecieran su
inclinación afectiva hacia las privatizaciones. José Luis García
Garrido, al que había nombrado en junio de 1996 para dirigir el
Instituto Nacional de Calidad y Evaluación (INCE) -y que acababa de
evaluar la Secundaria-, fue poco proclive a defender la posición de
la ministra y, en julio de 1998, cesó en el puesto “a petición
propia para reincorporarse a sus tareas habituales en la UNED”
–como dice su currículum oficial-. Y así hemos llegado el colmo
ahora, cuando en virtud de operaciones matemáticas confusas los
sumandos y minuendos manejados por Granados en la gestión “púnica”
de los conciertos educativos, han puesto rostro operativo a muchos de
los gestos valorativos de Fígar y su equipo en pro de la “excelencia
educativa”. Tan distintiva la han dejado que muchos de los paganos,
al enterarse de los destinos de su dinero ya reclaman una
consultoría sobre lo mucho que se ha concertado estos años,
mientras se desasistía a la enseñanza pública. Igual que hicieron
en Sanidad, otro territorio propicio para confusos dividendos
favorables a unos pocos -como ahora mismo están poniendo en
evidencia las últimas noticias sobre pruebas
clínicas. O lo mismo que no cesan de hacer cuando hablan de
“recuperación”, sin contar a quienes no les han llegado ni
probablemente les llegará los efluvios de tan alegres matemáticas
sociopolíticas, tan contrarias a lo que vemos en la calle.
El currículum educativo de lo social está cambiado: se hace más circense, como prueba el gestualismo falaz de muchos dirigentes políticos en demasiadas decisiones ajenas a lo que necesitamos de continuo. De cómo burlar sus trucos de lenguaje y de cómo no perderse entre las palabras bajo las que se esconden, también hay, afortunadamente, contraejemplos estimulantes. “Pan, trabajo, techo y dignidad” son reclamaciones -fáciles de entender- que harán en Madrid las Marchas de la Dignidad el próximo 22M. Y algo similar repetirán los estudiantes dos días más tarde, pidiendo que la educación no sea rebajada en cuanto a exigencias de cercanía y verdad para todos los ciudadanos. Es una pelea que viene de lejos. Como Violeta Parra (1917-1967) que, en los duros años sesenta, cantaba: “Miren cómo nos hablan de libertad /cuando de ella nos privan en realidad./ Miren cómo pregonan tranquilidad/ cuando nos atormenta la autoridad”. Y proseguía: “Qué dirá el Santo padre/ que vive en Roma,/ que le están degollando/ a sus palomas”. En el Vaticano, el actual Papa Francisco parece que haya optado por enterarse. Muchos, sin embargo, de los que nos quieren gobernar –con apariencia de fieles, pero poco inclinados a la fraternidad- parecen no enterarse, ocupados como están en su hipócrita pedagogía competitiva. De los ciudadanos dependerá, y no poco, que o bien se consolida esta cínica línea educativa o bien se modifica hacia un currículum más democrático.
TEMAS:
Currículum oculto, Reproducción social, Pedagogía social, “Plan
Beveridge”, FNMT, Naomí Klein, García Garrido, Esperanza Aguirre,
Lucía Fígar, Francisco José Granados, Papa Francisco, Marchas de
la Dignidad, Huelga de Estudiantes.
Madrid,
20/03/2015
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