Sumidos en el caos, podemos alabar
mejor la mediocridad. En Educación y servicios sociales, no sólo
sembrará el desánimo sino que sobrevalorará la mediocridad y el
furioso individualismo.
Entre
el movimiento y el inmovilismo, si todo fluye o es pura geología, la
síntesis actual es la de Rajoy, cuya deficiente motricidad le está
siendo rentable en el paisaje político. La aritmética, ese
elemento indispensable para saber de qué hablamos, parece darle la
razón cada vez más. A la luz de los resultados de las elecciones
gallegas, no tanto de las vascas, prosigue en el avance cuantitativo
de votantes, inmutables ante lo pasado estos cuatro años,
inconmovibles con lo que judicialmente cerca la gestión del PP, y
alborozados de ver al oponente clásico de este, el PSOE, con una
crisis aritmética contraria. Por lo que se ve ahora mismo, después
de las 17,30 hs. del día 27.09.2016, le está produciendo graves
hemorragias internas y no poco desconcierto en muchos de sus
militantes: el caos campa ya en Ferraz.
De aritmética va casi
todo estos días, con lo cualitativo al margen. El contagio de este
modo de mirar reduccionista sobre cuanto sucede ya lleva a
situaciones de difícil retorno. Si se establece como criterio
dominante primordial, una mediocridad rampante se instalará en
nuestra convivencia. Incluso lo que estimamos más valioso -la
democracia, el arte y la cultura, o los avances logrados en asuntos
educativos y sociales- se verá profundamente afectado a la baja.
Galicia
Lo acontecido en Galicia
es más que un síntoma despolitizador. El número de votantes y el
de los escaños correspondientes han propiciado “la estabilidad”
que Feijóo solicitó de los gallegos. Es obvio que lo que han dado
de sí estas urnas no es obra de las meigas, más partidarias de lo
imprevisto, del sobresalto e, incluso, de lo disparatado entre
hechizados por sus artimañas. Segura parecerá, más bien, la otra
interpretación de que todo en esta tierra –y también el voto-
viene decidido por el sino, el destino, empeñado en la repetición
antropológica de los largos tiempos casi inmutables. Castelao, el de
Cousas y dibujante cotidiano de lo que pasaba en los años
veinte, podría seguir viendo cómo el rural gallego, aunque se
despueble y ya muestre amplias zonas sin apenas niños, escuelas que
se cierran y viejos que se están muriendo, muchas villas y ciudades
viven ensimismadas en lo que siempre han sido. La perplejidad anda de
balde estos días por muchas mentes exculpatorias. Y alguien ha
venido a decir –de manera harto inmisericorde para más de medio
cómputo de la pirámide de edades- que no hay suficiente gente menor
de 45 años. Según esta lógica demográfica, el futuro de la
democracia en Galicia optando por las exclusiones, no sería muy
halagüeño. Pero continuar encumbrando como avance lo
aritméticamente acontecido, tampoco es indicativo de que vayan a
remediarse en cuatro años las necesidades perentorias de larga y
desdichada tradición que están en la base de este resultado
electoral. Sería milagroso.
El Bosco
Muy cuantitativa ha sido
también la consideración de la última gran exposición del Museo
del Prado. Todos los medios han destacado en grandes titulares la
cantidad de visitantes que tuvo: 600.000, que algunos precisaron
todavía en más detalle: 585.000 y una afluencia semanal de 34.500
personas que pudieron contemplar el 75%
de la obra conservada del maestro flamenco. Habiendo estado por
medio la Fundación del BBVA, parece coherente que se haya atendido a
estas cuestiones de la contabilidad estadística e, incluso, que se
haya insistido en que la cifra señalada haya sido “record”.
Desde la perspectiva bancaria, el que haya sido la muestra “más
vista en la historia del Museo del Prado”, que adelanta en 2000
visitantes a la de los Tesoros del Hermitage, tiene sentido. Viene a
decir, sobre todo a los accionistas, que han hecho, entre otras cosas
colaterales, una buena inversión publicitaria. El propio Prado ha
venido a justificar en la afluencia de público, una decisión de
alcance museográfico. Modifica la anterior situación relativa que
tenía El Bosco en las salas abiertas al público: ahora
tendrá una sala exclusiva.
No cabe sino alegrarse de
que un pintor tan atractivo como misterioso haya tenido tal éxito
cinco siglos después de su muerte, pero ello no debe satisfacernos
hasta el punto de que se nos cieguen otras preguntas y no debamos
inquietarnos por consideraciones que casi siempre tienen aristas.
Por ejemplo, acerca del propio número de visitantes. En la
comparación con El reina Sofía, el Thyssen y El del Real Madrid,
resulta que este último es el tercer
museo más visitado en Madrid, por encima del Thyssen, tiene
150.000 visitas escolares –con unidades didácticas y concurso
escolar incluidos- y su facturación es muy competitiva, viniendo a
ser “el museo más rentable de Madrid”. Por otro lado, aunque la
turistificación del arte haya estado presente en las decisiones más
relevantes que se han venido superponiendo en la gestión del Prado
desde Fernando VII, es un riesgo constante que esas razones se alcen
como preeminentes. Las otras funciones que los Museos Nacionales han
asumido desde su creación en el siglo XIX –como la investigación,
la divulgación y la educación- quedarán dañadas. El ritmo de
globalización económica les acabará imponiendo qué mediocridad
sea más conveniente a una ciudadanía desorientada. Sería una pena
que se acentuara un proceso ya en marcha, en que lo único
interesante que está pasando es que cada vez hay más gente que no
distingue si está en Madrid, Sevilla o Toledo. La geografía
–topográfica y cultural- les es es indistinta de la cronología,
mandando más el día de la semana en que se encuentre el tour. Los
selfys imperantes lo empeoran.
Las Misiones
Pedagógicas
La experiencia de
educación popular en la II República, tuvo en Eugenio Otero
Urtaza un buen investigador: en 1982 dio amplio y certero
conocimiento de lo que había sido (Sada, Ediciós do Castro). En
diciembre de 2006, una exposición de bastante envergadura le abrió
en Madrid un público más abierto a enterarse de su existencia y
significado. Esta exposición emprendió a continuación un
itinerario ambulante e inconcluso por otras
catorce ciudades: sigue abierta a que la soliciten en otras
partes. El motivo de celebrarla fue que habían pasado 75 años desde
que en 1931 se creara su Patronato. La aritmética es aleatoria en
este caso: habrían sido bastantes más años si se hubiera tenido
en cuenta que, en 1881, Giner y Cossío solicitaron la creación de
esta actividad educativa, o que Joaquín Costa lo hizo en 1899,
Altamira en 1912 y que el propio Bartolomé Cossío volvió a
plantearla en 1922, logrando que en 1930 se hiciera algo de este
carácter en Las Hurdes. En estos días, diez años más tarde de
esta Exposición conmemorativa -y 85 años después de que se creara
aquel Patronato-, se presentó en la Residencia de Estudiantes,
espacio en origen muy vinculado a los promotores de la iniciativa
misionera, un libro de divulgación sobre ella, de que es autor un
magnífico especialista en educación
popular, Alejandro Tiana. Es este un libro ameno que recoge lo
más significativo de lo publicado sobre esta experiencia educadora y
en que se pone en valor una parte de la que fuera gran preocupación
de la II República por la educación de los ciudadanos, incluidos
los más necesitados. Ese objetivo había quedado en buena medida en
el art. 48 de la Constitución de 1931. Desde entonces han pasado
muchos años –más de los que el promedio de esperanza de vida
actual alcanza-, aquella experiencia educadora sigue teniendo
atractivo, y el afán por darla a conocer es por consiguiente
laudable.
Llama la atención, en
todo caso, el contraste de ese artículo 48 de 1931 con lo que dice
el 27 de nuestra Constitución de 1978: las redacciones de ambos son
muy distintas y expresan muchas otras diferencias, muy significativas
para entender las intensidades distintas de preocupación por la
expansión cuantitativa y cualitativa de la educación que se hayan
querido expresar en uno u otro momento. Prueba fehaciente de estas
distancias es la cantidad de tiempo que ha tenido que pasar para que
pudiera mostrarse en público –y ahora divulgarse- el atractivo más
o menos utópico de lo que pudo ser aquella preocupación educadora
de la República violentamente frustrada. Por otro lado, tanta
cantidad de años transcurrida permite entender, entre otras
consecuencias de la desmemoria, algunas de las pertinentes a lo bien
o mal educados que estemos actualmente. La calidad actual de nuestro
sistema educativo, de la formación del profesorado o de los niveles
e inquietudes culturales –entre las que lo político es mucho más
relevante que el doctrinarismo partidista-, no son fácilmente
analizables sin tener en cuenta la huella de tan largo
desconocimiento.
Historias museables
Una derivación de todo
ello es que, cuando ahora volvemos a intentar recuperar el
conocimiento de algo que nos secuestraron –porque trataron de
erradicarlo y no sólo en la inmediata postguerra-, mucha gente sólo
tolere una consideración de esa historia como mero objeto museable
para el turismo cultural, de cuyas coordenadas no interesara nada y
hubiera que mantenerlo en la más tranquila ucronía. A las Misiones
Pedagógicas republicanas les acontece lo que a muchas otras
historias del primer tercio de siglo XX. Y así sucede que poco suele
relacionarse su nombre con otras “misiones” cuya presencia en
aldeas y pueblos rurales tenía largo precedente, y que volvería a
tener amplísima difusión después de 1936. A las “santas”
misiones en las parroquias, William Callahan les dedicó atención
en sus investigaciones sobre Iglesia, poder y sociedad en la
España de 1750 a 1874, y también en
los años que siguieron. Y en muchas iglesias de pueblo, y
también en alguna catedral, subsisten recuerdos epigráficos de
tales eventos, más especiales desde que Pío X pusiera empeño en la
popularización catequética y actualizara lo que Trento había
promovido de manera poderosa.
Y también llama la
atención que sea muy habitual aislar las derivaciones posteriores a
la experiencia de educación popular republicana. Josefina Aldecoa ha
contado al respecto algo que puede resultar extraño y no lo es.
Igual que el CSIC trató de imitar desde 1939 a su modo lo que había
sido la Junta de Ampliación de Estudios, en pro del ideario
nacionalcatólico, se subrogó el patrimonio de esta y sirvió de
bastión para poner en las depuradas cátedras a sus selectos
elegidos, la parcela de las Misiones Pedagógicas, tan vinculada a
la Junta, a su Instituto-Escuela o, más lejos, a la ILE, tuvo en el
Instituto San José de Calasanz –del que Aldecoa escribe
En la distancia (2004)- algún eco de actividad en que
esta mujer fue parte activa. Es más, la Sección Femenina
(1939-1977) y algunas de sus campañas o “cátedras” de
divulgación e inculturación adoctrinante en que se ocuparon,
también fueron llamadas con el nombre misional en no pocas
ocasiones. En fin, tampoco sería conveniente olvidar el sentido
“vocacional”, de que tan imbuidos por su voluntarismo fueron los
participantes en las Misiones. La legislación franquista trató de
imbuir permanentemente la labor de maestros y profesores con esa
proyección, como si con esta pseudo sacralización quedaran
cubiertas los imprescindibles recursos que una buena educación
requiere. La aritmética de lo cuantitativo en este caso trató de
suplantarse con una farsa de lo cualitativo y concienzudamente
profesional. Oyendo a muchos políticos actuales hablando por
ejemplo, de “pacto educativo”, parece que siguieran contaminados
por esta idea evanescente.
Y, por último, está por
ver todavía qué haya quedado en los pueblos donde tuvo lugar
aquella experiencia: qué recuerdan, qué miedos tienen a contar
todavía la historia intermedia desde entonces, qué valor le sigan
dando los descendientes de aquellos niños o maestros de entonces.
Revisar todo ese material etnográfico es una tarea que en gran
medida está sin hacer. Sería de gran interés científico y
democrático, por ejemplo, saber en qué haya venido a parar la
transformación de la memoria sobre las Misiones Pedagógicas en
Ayllón, por ejemplo, el primer pueblo donde actuaron.
Estos últimos 85 años
Dicho de otro modo, esta
historia de los 85 años transcurridos nos queda incompleta, en lo
que atañe a nuestro momento actual, si no se contempla en un
continuum histórico. Lo sucedido con Las Misiones Pedagógicas de la
República no fue una excepción y, si ahora –después de tantos
años- lo descubrimos en plan arqueológico y sin nada que ver con
este presente, reduce mucho su interés. Bastante antes de la guerra
civil, y especialmente desde 1900, venía produciéndose una durísima
guerra cultural y educativa. A la altura de 1931 emergió
políticamente de manera significativa en la República el afán
educador, y tanto alcance trató de tener que no dudaron en truncarlo
y, con él, sus dos grandes fuentes patrocinadoras, la
institucionista y la políticamente republicana, para suplantarlas
por la que trataron de imponer como única, grande y libre.
Los historiadores, los
profesores de las Facultades de Pedagogía y los partidarios de una
España más democrática, son los más obligados a dar a conocer
ampliamente esa conexión del pasado con un presente en que subsisten
derivaciones de aquellos antecedentes. No vaya a parecer ahora, por
ejemplo, que la LOMCE es el último grito en asuntos educativos,
proclamas de “calidad” y similares. O que el Sr. Méndez de Vigo,
convocando a los agentes sociales para que oigan –y supuestamente
acepten- sus condiciones de pacto educativo, se crea que trata con
personas partidarias de la ignorancia porque no acepten sus
pretensiones de inmovilismo.
En la inconsistencia del
conocimiento del pasado que nos afecta –y que ha afectado
profundamente a varias generaciones de españoles- se aferra la
movilidad inmóvil de que es vivo ejemplo el Sr. Rajoy. La
aritmética parece que le favorece, pero los matices cualitativos de
la experiencia ciudadana aconsejan impertinentes modulaciones
adaptativas. En este sistema en se trata de confundir estabilidad
democrática con cualquier inmovilismo, un idiotizante academicismo
estandarizado con la capacidad transformadora de la educación, y,
similarmente, se está promoviendo el transformismo de lo mejor de
nuestros logros hasta que todo sea inconsistentemente mediocre.
Por cierto, el
batiburrillo espectacular en que anda sumido el PSOE estos días, por
razones aritméticas que han llevado a la fractura y no al análisis
pausado y racional en su amplitud democrática, no sólo será dañina
para ese partido: su desconcertante caos, unido a las oscuridades que
nos vienen proporcionando las oligarquías del sistema político que
tenemos, nos salpicará a todos. Mientras aumenta la vehemencia
imposibilista, no está mal recordar que en política –como en la
vida- la aritmética por sí sola puede ser catastrófica.
Manuel Menor Currás
Madrid, 29.09.2016
TEMAS: Elecciones. PSOE.
PP. Galicia. El Bosco. Museo del Prado. Misiones pedagógicas. Otras
misiones. Democracia. Oligarquías
No hay comentarios:
Publicar un comentario