MANUEL MENOR
En la fría tarde del tres de
febrero gran cantidad de amigos y lectores acompañaron a su esposa
Lydia Falcón en el caluroso homenaje al que fuera Presidente del
Ateneo madrileño.
Eran casi las ocho de la
tarde cuando finalizó la cálida ceremonia en el espléndido salón
de actos de la calle del Prado, donde tantas conferencias y
actividades culturales inauguró o presidió Don Carlos. Entre las
intervenciones memorialistas, himnos y canciones de sus numerosos
amigos, simbólicas y utópicas muchas de ellas, casi al final sonó
también una de las Baladas Galegas del lucense Juan Montes.
Con ella vino al recuerdo de los presentes la gran relación del
finado con Galicia. Especialmente, con Cortegada, donde había casado
con Emilia Bouza, y con Santiago de Compostela, en cuya Universidad
fue catedrático de Filosofía cuando, en 1950, tan sólo contaba 25
años: había aprobado las oposiciones universitarias tres años
antes y era el filósofo más joven de España.
La inesperada muerte de
Carlos París a sus 88 años deja tras sí un intenso trabajo
intelectual y social, una larga dedicación a la filosofía de la
ciencia; una desmedida atención a la vida literaria, social y
política; más de veinte libros que testimonian su atención a
problemas cruciales de su tiempo; multitud de artículos en revistas
y periódicos, expresivos de su curiosidad y preocupaciones; además
de un compromiso social relevante, visible en la presidencia del
Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, primero entre
1977 y 2001 y, más tarde, desde 2009 hasta este momento. Atrás
quedada, igualmente, su noble contribución al pensamiento,
particularmente desde su cátedra de Filosofía en la Autónoma de
Madrid, donde había logrado crear relativamente temprano un grupo
atento a los cambios técnicos y científicos del siglo.
En octubre de 2011,
mientras preparaba uno de sus más recientes libros, Ética
radical. Los abusos de la actual civilización, una especie de
grito que no se limitaba a contemplar extrañado un mundo en crisis
sino que aspiraba a transformarlo en profundidad, pude sostener con
él una atractiva conversación para la revista Escuela. Su
visión crítica de la miseria moral, social y política del mundo
actual se mostraba profundamente preocupada por las consecuencias
que el saber científico-técnico pueda traer a la humanidad si, por
encima de las posibilidades de desarrollo que permite en este
momento, soportamos que nos domine el afán de lucro y de hegemonía
corporativa de unos pocos.
Por qué –le
pregunté- le ha interesado presidir de nuevo el Ateneo:
-Diría
que porque me lo ha pedido un grupo de socios muy activo. Yo tengo
–no sé si es cualidad o defecto– la costumbre de responder
positivamente a las demandas sociales. Esto, a veces, me ha creado
bastantes problemas, pero es mi manera de actuar y no me arrepiento.
Por otro lado, es un centro en donde se puede desarrollar una
actividad muy importante. Creo, incluso, que el Ateneo es necesario
en un momento en que tanta “polución informativa” padecemos, in-
formación dirigida y controlada por los grandes poderes económicos
y políticos. El Ateneo es el lugar en que –conforme a su historia–
se pueden expresar ideas que no tienen suficiente difusión y
argumentar cuantas les interesen a los ciudadanos; es donde la
sociedad civil se puede expresar de manera plena y rotunda. Ha pesado
también la razón histórica y, si quieres, sentimental. Histó-
ricamente fue un lugar de debate importante. Por otra parte, yo fui
socio desde muy joven. En su biblioteca, excepcional por su riqueza
para aquellos años cuarenta e inicios de los 50 –de tanta penuria
bibliográfica–, hice mi tesis doctoral.
De
algún modo, este trabajo es complementario del que tuvo siempre...
-Creo
que siempre tuve alguna sensibilidad para conectar con lo que se
movía en la calle. Siendo muy joven, algo contribuí a que se re-
novara el ambiente de la filosofía. Cuando tan esclerotizado estaba
aquello en la escolástica, constituimos un grupo muy interesante
–“el círculo de Gambrinus”, con Miguel Sánchez Mazas, J. Ma
Valverde, Francisco Pérez Navarro y Víctor Sánchez Zabal, entre
otros– que empezó a hacer- se notar con sus reflexiones en torno a
la ciencia y a la técnica. Vitalmente, siempre fui muy inclinado a
hablar mucho con los alumnos –hasta dirigí un Colegio Mayor en
Santiago, en los 50– y a estar muy en contacto con las ideas
políticas nuevas, con el exilio y con las primeras protestas
estudiantiles. En el 63 –cuando trabajaba en Valencia–, tuve
problemas por bajar a la calle a hablar con los que protestaban: la
solidaridad no estaba bien vista. Y en el 73-74 me cerraron el
departamento. Trabajaba en la Autónoma de Madrid y el ministro Julio
Rodríguez –el mismo que cerró la Universidad de Valladolid– no
toleró la apertura a la libertad que, al parecer, ostentaban mi
departamento y el de Física. Casualmente, había escrito un libro
sobre Física y Filosofía, y estuve barajando la idea de una segunda
edición que se titulara: Física
y Filosofía, dos departamentos cerrados;
en la portada llevaría una cerradura y una llavecita colgada de una
cinta con la banderita de la época. Debo llevar dentro el ansia de
seguir abriendo puertas y de que se ventile un poco el aire rancio.
¿También
ahora?
-Hoy,
cuando todo es tan pragmático y la conciencia parece más reducida
que antes, algo deberemos hacer para reducir el desengaño que mucha
gente tiene de la política. Sigo creyendo que la educación es
fundamental para que esto sea posible. En cierto sentido, el Ateneo
es una casa de educación cívica donde aprender a vivir en la
auténtica pluralidad, sin el corsé de un práctico bipartidismo
equivalente a partido único en asuntos esenciales. ¿Sabe que muchas
de las cosas interesantísimas que hizo la República no hemos sido
capaces de recuperarlas todavía?
Gracias,
maestro: STTL (sit
tibi terra levis).
http://www.mundiario.com/articulo/sociedad/despedida-muy-sentida-carlos-paris-ateneo-madrid/20140204101157014788.html
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